Artes
del Metal
Al igual que ocurre en la arquitectura
y la escultura monumental, el siglo VII y los primeros años del
siglo VIII, pueden considerarse como la época de máximo auge
de los trabajos metalisteros, especialmente en cuanto a la orfebrería
y a la joyería se refiere. La elaboración de objetos de lujo
con finalidad litúrgica o, simplemente, como adorno personal, adquirió
un notable incremento en este momento.
Resulta especialmente relevante en esta
centuria la producción de objetos suntuarios en relación
con el aparato áulico. Es evidente que debieron existir talleres
oficiales dedicados en exclusiva a satisfacer los encargos de la corte,
probablemente ubicados en Toledo, la capital, aunque quizá también
se extendieran a otras poblaciones peninsulares. Los hallazgos de los tesoros
de Guarrazar y Torredonjimeno, con piezas fechadas y dedicadas por los
monarcas, confirman el prestigio y renombre del tesoro real visigodo que
conocemos a través de las fuentes históricas o literarias,
no sólo godas, sino principalmente hispano-árabes, en las
que se aludía insistentemente a su excepcional riqueza y calidad.
El Tesoro de Guarrazar fue descubierto
en la localidad toledana del mismo nombre en 1859, entre unos restos arquitectónicos
visigodos, correspondientes probablemente a una pequeña capilla
funeraria. Su hallazgo se produjo dentro de una especie de cajas, donde
con toda seguridad se ocultó para ponerlo a salvo de la ocupación
musulmana. El excepcional conjunto está integrado por varias coronas
votivas, cruces, cadenillas de oro y otros objetos de menor valor. Las
piezas más destacadas son, sin lugar a dudas, las primeras. Siguiendo
la costumbre de la corte bizantina, los reyes las entregaban como ofrenda
a las iglesias, donde se colgaban mediante cadenillas. Destacan por su
riqueza dentro de este lote tres ejemplares: la corona de Suintila, la
de Recesvinto y la del abad Teodosio.
La del rey Suintila fue robada de la Armería
Real en 1921. Suspendida de cadenas formadas por eslabones de chapa
calada, el aro estaba constituido por dos láminas unidas, sólo
la exterior decorada. Se organizaba mediante una banda central calada con
cápsulas para albergar gemas y dos frisos en los bordes de piedras
dispuestas a modo de cabujones. Del borde inferior pendían letras
sueltas que conformaban la frase: “SUINTHILANUS REX OFFERET”. Cada
una de las letras estaba hecha con celdillas que acogían almandinas,
soldadas sobre lámina, y de ellas colgaba una perla, una esmeralda
y un zafiro. Su dedicatoria permite situar cronológicamente la pieza
entre el año 621 y el 631.
La corona de Recesvinto (Museo Arqueológico
Nacional) es de un diseño semejante al arriba descrito. Está
fabricada también en dos mitades, unidas por charnela, hallándose
cada una de las partes conformada por dos planchas de oro soldadas. Tan
sólo la exterior presenta decoración, organizada en tres
registros. La faja central, más ancha, exhibe dibujos calados de
palmetas esquemáticas, realzados mediante cabujones. Las otras
dos fajas, superior e inferior, muy delgadas, llevan un dibujo calado de
círculos secantes con flores, muy en la línea de la decoración
escultórica aplicada a la arquitectura analizada en San Pedro de
la Nave.
Las letras que penden del borde inferior,
constituidas por una red de celdillas dispuestas para alojar pedrería,
conforman la inscripción, en la que se hace alusión al donante:
“+RECESVINTHUS
REX OFFERET”. Su semejanza con la corona de Suintila hace suponer que
ambas fueron ejecutadas en un mismo taller, que se mantuvo vigente durante
las dos décadas que debieron separar sendas realizaciones.
En la Biblioteca del Palacio Real
de Madrid se conserva, perteneciente también a este conjunto, otra
diadema, que testimonia de que la costumbre regia de ofrendar este tipo
de objetos se hizo extensiva otros estamentos privilegiados, como
el clero. La corona es más sencilla que las anteriormente
descritas. No lleva pedrería y toda su superficie se decora con
repujado. Los dos registros extremos acogen diseños geométricos,
mientras que el central ostenta la inscripción votiva: “OFFERET
MVNVSCVLVM SCO STEFANO THEODOSIVS ABBS”.
El tesoro de Guarrazar está integrado
por nueve coronas de oro más, éstas ya sin inscripciones,
de gran originalidad creativa. Destacan aquellas compuestas a base de enrejado,
elaborado mediante barrotes huecos que se unen por medio de receptáculos
que contienen piedras preciosas.
Las diademas se completaban con cruces
que colgaban de ellas en el centro, a una altura más baja. Existió
en la orfebrería visigoda un evidente gusto por los elementos móviles,
como cadenillas, hilos y pequeñas piezas de oro con piedras ensartadas
que pendían de todos los objetos, probablemente para acentuar la
riqueza visual de los mismos y completarlos con un efecto acústico,
obtenido a través de su metálico tintinear. Las cruces solían
ser de dos tipos: de láminas de oro recortadas con repujados, o
de chapas sobre las que se soldaba la red de celdillas en las que se engastaban
las gemas. Sabemos que la cruz que pendía de la desaparecida corona
de Suintila era de brazos estrellados, mientras que la de Recesvinto, fue
en origen un broche, que conserva el engarce de la aguja en el reverso,
probablemente donado por el monarca como exvoto especial.
El conjunto de Guarrazar incluía,
además, dos chapas de oro que revestían los brazos de una
cruz procesional, probablemente de madera. Profusamente decoradas en su
cara visible, con un diseño muy semejante al de la corona de Recesvinto,
en el reverso se cubriría por láminas de oro lisas, igual
que sucede en ésta.
El otro gran tesoro conservado es el de
Torredonjimeno (Jaén). Descubierto en 1926, actualmente se
encuentra muy mutilado como consecuencia de la ignorancia de sus descubridores.
Éstos, creyendo que se trataba de simples objetos de bisutería,
lo entregaron a unos niños para que jugasen, que lo desmembraron
casi en su totalidad. Lo que subsistió, se vendió a varios
coleccionistas, y hoy se encuentra repartido entre los Museos Arqueológico
de Córdoba, Barcelona y Nacional de Madrid. No se conserva
ninguna corona completa, pero sí algunas letras colgantes, semejantes
a las de la diadema de Recesvinto, en las que se ha podido leer una dedicatoria
a las santas Justa y Rufina. Junto a ellas pervive una pequeña muestra
de las cruces que les acompañaban, tanto de lámina de oro
como de cabujones.
Las piezas de Torredonjimeno presentan
la misma técnica y estética que las de Guarrazar: utilización
de oro de baja calidad, semejante sistema de engarces, ... pero su tratamiento
es más tosco, por lo que se han atribuido a un taller periférico,
andaluz, ubicado probablemente en Córdoba o Sevilla, que imitaría
las producciones áulicas toledanas, excepcionalmente representadas
por el tesoro de Guarrazar.
Las tipologías de los objetos de
adorno personal evolucionaron en el siglo VII. Por cuestiones de moda,
desapareció del vestuario el uso de las fíbulas, y se impuso
una nueva modalidad de hebillas de cinturón, en las que sus placas
rígidas adoptaron un contorno en forma de lira (disposición
rectangular terminada en semicírculo). Éstas fueron realizadas
normalmente en bronce, aunque recurriendo para su decoración a los
procedimientos de la orfebrería, ornamentándose a buril o
mediante calado, con una inclinación hacia la temática zoomorfa:
perros (alegoría de la fidelidad), grifos (representación
de la vigilancia), palomas (esperanza en la resurrección), en ocasiones
rodeados por elementos de carácter vegetal, o geométrico.
Durante el siglo VII existieron importantes
talleres de trabajo del bronce en la zona de la Meseta. Además de
la gran variedad de hebillas de cinturón ejecutadas en los mismos,
es importante la producción de objetos de uso litúrgico:
jarritas, incensarios, patenas, cruces, lámparas,...
Una de las mercancías que alcanzó
una mayor difusión fueron las jarras de forma bulbosa, elaboradas
a base de lámina de bronce repujada, trabajada a torno para darle
forma, a la que más tarde se soldaba el pie y el asa. Derivadas
estilísticamente del jarro sacrificial romano, su finalidad utilitaria
ha sido discutida y, aún hoy, son varias las opciones propuestas.
Para algunos especialistas, como Ferrandis, debieron emplearse para la
Eucaristía, siendo los recipientes donde se contenía el vino
de la Consagración. Palol, en cambio, sugiere que estuvieran relacionadas
con el sacramento del Orden, pues según el Canon 28 del IV Concilio
de Toledo, el súbdiacono recibía al ordenarse, una patena
y una jarrilla o cáliz. Por último, Gómez Moreno
relacionó su uso con la liturgia bautismal, como contenedores de
las aguas que debían ser vertidas sobre el neófito. Su ornamentación
suele ser muy sencilla. Se reduce a bandas con motivos incisos: zig-zag,
sogueados, espirales,.... incluyendo a veces inscripciones donde se insertan
los nombres de los propietarios.
Las patenas, que debieron formar conjunto
con los jarrillos, son platos de fondo poco profundo y con marcado reborde,
que a veces incluyen un mango largo unido al mismo. Presentan los mismos
rótulos y decoración incisa que las jarras, incluyendo a
veces umbo central.
Finalmente, dentro de esta producción
de objetos sagrados en bronce, es necesario destacar los incensarios, con
el espléndido ejemplar de Bovalar (Lérida) a la cabeza, y
las cruces, como la de Iscar (Córdoba), hoy en el Museo Arqueológico
Nacional, que presenta forma de crismón, con el alfa y la omega
colgando de sus brazos horizontales.
BIBLIOGRAFÍA
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