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EL ARTE VISIGODO
8/9
Por Noelia Silva Santa-Cruz
ISBN-84-9714-008-7
 

Artes del Metal

 Al igual que ocurre en la arquitectura y la escultura monumental, el siglo VII y los primeros años del siglo VIII, pueden considerarse como la época de máximo auge de los trabajos metalisteros, especialmente en cuanto a la orfebrería y a la joyería se refiere. La elaboración de objetos de lujo con finalidad litúrgica o, simplemente, como adorno personal, adquirió un notable incremento en este momento. 

Resulta especialmente relevante en esta centuria la producción de objetos suntuarios en relación con el aparato áulico. Es evidente que debieron existir talleres oficiales dedicados en exclusiva a satisfacer los encargos de la corte, probablemente ubicados en Toledo, la capital, aunque quizá también se extendieran a otras poblaciones peninsulares. Los hallazgos de los tesoros de Guarrazar y Torredonjimeno, con piezas fechadas y dedicadas por los monarcas, confirman el prestigio y renombre del tesoro real visigodo que conocemos a través de las fuentes históricas o literarias, no sólo godas, sino principalmente hispano-árabes, en las que se aludía insistentemente a su excepcional riqueza y calidad. 

El Tesoro de Guarrazar fue descubierto en la localidad toledana del mismo nombre en 1859, entre unos restos arquitectónicos visigodos, correspondientes probablemente a una pequeña capilla funeraria. Su hallazgo se produjo dentro de una especie de cajas, donde con toda seguridad se ocultó para ponerlo a salvo de la ocupación musulmana. El excepcional conjunto está integrado por varias coronas votivas, cruces, cadenillas de oro y otros objetos de menor valor. Las piezas más destacadas son, sin lugar a dudas, las primeras. Siguiendo la costumbre de la corte bizantina, los reyes las entregaban como ofrenda a las iglesias, donde se colgaban mediante cadenillas. Destacan por su riqueza dentro de este lote tres ejemplares: la corona de Suintila, la de Recesvinto y la del abad Teodosio.

La del rey Suintila fue robada de la Armería Real en 1921. Suspendida de cadenas  formadas por eslabones de chapa calada, el aro estaba constituido por dos láminas unidas, sólo la exterior decorada. Se organizaba mediante una banda central calada con cápsulas para albergar gemas y dos frisos en los bordes de piedras dispuestas a modo de cabujones. Del borde inferior pendían letras sueltas que conformaban la frase: “SUINTHILANUS REX OFFERET”. Cada una de las letras estaba hecha con celdillas que acogían almandinas, soldadas sobre lámina, y de ellas colgaba una perla, una esmeralda y un zafiro. Su dedicatoria permite situar cronológicamente la pieza entre el año 621 y el 631. 

La corona de Recesvinto (Museo Arqueológico Nacional) es de un diseño semejante al arriba descrito. Está fabricada también en dos mitades, unidas por charnela, hallándose cada una de las partes conformada por dos planchas de oro soldadas. Tan sólo la exterior presenta decoración, organizada en tres registros. La faja central, más ancha, exhibe dibujos calados de palmetas esquemáticas, realzados mediante cabujones.  Las otras dos fajas, superior e inferior, muy delgadas, llevan un dibujo calado de círculos secantes con flores, muy en la línea de la decoración escultórica aplicada a la arquitectura analizada en San Pedro de la Nave. 
Las letras que penden del borde inferior, constituidas por una red de celdillas dispuestas para alojar pedrería, conforman la inscripción, en la que se hace alusión al donante: “+RECESVINTHUS REX OFFERET”. Su semejanza con la corona de Suintila hace suponer que ambas fueron ejecutadas en un mismo taller, que se mantuvo vigente durante las dos décadas que debieron separar sendas realizaciones.

 En la Biblioteca del Palacio Real de Madrid se conserva, perteneciente también a este conjunto, otra diadema, que testimonia de que la costumbre regia de ofrendar este tipo de objetos se hizo extensiva otros estamentos  privilegiados, como el clero.  La corona es más sencilla que las anteriormente descritas. No lleva pedrería y toda su superficie se decora con repujado. Los dos registros extremos acogen diseños geométricos, mientras que el central ostenta la inscripción votiva: “OFFERET MVNVSCVLVM SCO STEFANO THEODOSIVS ABBS”.

El tesoro de Guarrazar está integrado por nueve coronas de oro más, éstas ya sin inscripciones, de gran originalidad creativa. Destacan aquellas compuestas a base de enrejado, elaborado mediante barrotes huecos que se unen por medio de receptáculos que contienen piedras preciosas.

Las diademas se completaban con cruces que colgaban de ellas en el centro, a una altura más baja. Existió en la orfebrería visigoda un evidente gusto por los elementos móviles, como cadenillas, hilos y pequeñas piezas de oro con piedras ensartadas que pendían de todos los objetos, probablemente para acentuar la riqueza visual de los mismos y completarlos con un efecto acústico, obtenido a través de su metálico tintinear. Las cruces solían ser de dos tipos: de láminas de oro recortadas con repujados, o de chapas sobre las que se soldaba la red de celdillas en las que se engastaban las gemas. Sabemos que la cruz que pendía de la desaparecida corona de Suintila era de brazos estrellados, mientras que la de Recesvinto, fue en origen un broche, que conserva el engarce de la aguja en el reverso, probablemente donado por el monarca como exvoto especial.

El conjunto de Guarrazar incluía, además, dos chapas de oro que revestían los brazos de una cruz procesional, probablemente de madera. Profusamente decoradas en su cara visible, con un diseño muy semejante al de la corona de Recesvinto, en el reverso se cubriría por láminas de oro lisas, igual que sucede en ésta. 

El otro gran tesoro conservado es el de Torredonjimeno (Jaén).  Descubierto en 1926, actualmente se encuentra muy mutilado como consecuencia de la ignorancia de sus descubridores. Éstos, creyendo que se trataba de simples objetos de bisutería, lo entregaron a unos niños para que jugasen, que lo desmembraron casi en su totalidad. Lo que subsistió, se vendió a varios coleccionistas, y hoy se encuentra repartido entre los Museos Arqueológico de Córdoba, Barcelona y Nacional de Madrid.  No se conserva ninguna corona completa, pero sí algunas letras colgantes, semejantes a las de la diadema de Recesvinto, en las que se ha podido leer una dedicatoria a las santas Justa y Rufina. Junto a ellas pervive una pequeña muestra de las cruces que les acompañaban, tanto de lámina de oro como de cabujones.

Las piezas de Torredonjimeno presentan la misma técnica y estética que las de Guarrazar: utilización de oro de baja calidad, semejante sistema de engarces, ... pero su tratamiento es más tosco, por lo que se han atribuido a un taller periférico, andaluz, ubicado probablemente en Córdoba o Sevilla, que imitaría las producciones áulicas toledanas, excepcionalmente representadas por el tesoro de Guarrazar.

Las tipologías de los objetos de adorno personal evolucionaron en el siglo VII. Por cuestiones de moda, desapareció del vestuario el uso de las fíbulas, y se impuso una nueva modalidad de hebillas de cinturón, en las que sus placas rígidas adoptaron un contorno en forma de lira (disposición rectangular terminada en semicírculo). Éstas fueron realizadas normalmente en bronce, aunque recurriendo para su decoración a los procedimientos de la orfebrería, ornamentándose a buril o mediante calado, con una inclinación hacia la temática zoomorfa: perros (alegoría de la fidelidad), grifos (representación de la vigilancia), palomas (esperanza en la resurrección), en ocasiones rodeados por elementos de carácter vegetal, o geométrico. 

Durante el siglo VII existieron importantes talleres de trabajo del bronce en la zona de la Meseta. Además de la gran variedad de hebillas de cinturón ejecutadas en los mismos, es importante la producción de objetos de uso litúrgico: jarritas, incensarios, patenas, cruces, lámparas,... 
Una de las mercancías que alcanzó una mayor  difusión fueron las jarras de forma bulbosa, elaboradas a base de lámina de bronce repujada, trabajada a torno para darle forma, a la que más tarde se soldaba el pie y el asa. Derivadas estilísticamente del jarro sacrificial romano, su finalidad utilitaria ha sido discutida y, aún hoy, son varias las opciones propuestas. Para algunos especialistas, como Ferrandis, debieron emplearse para la Eucaristía, siendo los recipientes donde se contenía el vino de la Consagración. Palol, en cambio, sugiere que estuvieran relacionadas con el sacramento del Orden, pues según el Canon 28 del IV Concilio de Toledo, el súbdiacono recibía al ordenarse, una patena y una jarrilla o cáliz.  Por último, Gómez Moreno relacionó su uso con la liturgia bautismal, como contenedores de las aguas que debían ser vertidas sobre el neófito. Su ornamentación suele ser muy sencilla. Se reduce a bandas con motivos incisos: zig-zag, sogueados, espirales,.... incluyendo a veces inscripciones donde se insertan los nombres de los propietarios.

Las patenas, que debieron formar conjunto con los jarrillos, son platos de fondo poco profundo y con marcado reborde, que a veces incluyen un mango largo unido al mismo. Presentan los mismos rótulos y decoración incisa que las jarras, incluyendo a veces umbo central. 

Finalmente, dentro de esta producción de objetos sagrados en bronce, es necesario destacar los incensarios, con el espléndido ejemplar de Bovalar (Lérida) a la cabeza, y las cruces, como la de Iscar (Córdoba), hoy en el Museo Arqueológico Nacional, que presenta forma de crismón, con el alfa y la omega colgando de sus brazos horizontales. 

BIBLIOGRAFÍA