HISTORIA DE LA PINTURA ESPAÑOLA Por PAUL LEFORT
En Obras CAPÍTULO I.—La decoraciÓn de los manuscritos CAPITULO II. LOS ORIGENES DE LA PINTURA EN LOS REINOS DE VALENCIA, ARAGON Y CATALUÑA. (Desde el siglo XIV hasta el principio del XVI)
CAPITULO III. — LOS orIgenes de la pintura en CAStilla y Andalucía. (Desde el siglo XIV hasta el principio del XVI)
CAPITULO IV.—La
pintura espaÑola en el siglo XVI. (Introducción del renacimiento
italiano en Valencia y en Aragón)
CAPITULO VI. — La pintura espaÑola en el siglo xvi. 1.-Introducción del renacimiento italiano en Castilla 2.-El Greco y la escuela de Madrid
CAPÍTULO VII —La pintura española en el siglo XVII. Los grandes artistas: CAPÍTULO VIII.— La pintura espaÑola en el siglo XVIII (Los grandes artistas: Herrera el Joven, ValdÉs Leal, JerÓnimo de Espinosa, Claudio Coello CAPÍTULO IX.—La pintura espaÑola en el siglo XVIII. (Francisco
Goya)
No hemos adoptado en este compendio de Historia
de
Antes de esta manifestación definitiva, lentamente preparada por artistas de transición, a veces inconscientes del objeto a que tendían, ninguno de los grupos provinciales, calificados demasiado pomposa e impropiamente con el titulo de escuelas, ofrece en la sucesión de sus pintores una unidad, un conjunto verdadero de tradiciones y de doctrinas. Unos tras otros, y según la enseñanza recibida, estos artistas imitaron en el origen a los primitivos italianos o flamencos; después, cuando el Renacimiento penetró en su país, corrieron a estudiar el arte en Florencia, en Roma, en Venecia. Que á esta diversidad de estudios y de iniciación Ninguno de los centros artísticos, ya se trate de Sevilla, de Valencia, de Toledo o de Madrid, como de Aragón o de Cataluña, escapó a aquella contienda, a aquella lucha de influencias exteriores. En su aurora, la pintura española es bizantina, como lo había sido el arte de iluminar; en el siglo XV es simultáneamente flamenca e italiana, según que el pintor había sido enseñado en una o en otra escuela; bruscamente, en el siglo XVI, se libera de las timideces góticas y pasa a la imitación de las grandes obras venecianas, florentinas o romanas. Entre los nuevos iniciados, los más notables no son, fuera de pocas excepciones, más que «italianizantes» de segunda mano, pero que dejan sin embargo entrever desde muy temprano, a través de sus imitaciones y de sus copias, algo de particular a su raza y a su tierra. En efecto, entonces, cuando los sucesores de Miguel Ángel y de Rafael no son ya más que decadentes, semi-paganos, que practican sobre todo el culto de la elegancia y de las sensualidades de la forma, los españoles, sus discípulos, siguen conservando intacta su fe sencilla y sincera, que traducen, por otra parte, con alguna elocuencia en sus obras. Les es común una tendencia que no han aprendido de los italianos. Aman a los pequeños, los humildes, los pobres, y hasta sus pintorescos andrajos. Así, en todo lugar, encuentran siempre pretexto para introducirlos en sus composiciones, que toman de ellos cierta cosa de íntimo, de familiar y de conmovedor; y estas tendencias naturalistas, que llegan a veces hasta la trivialidad, que se ve desde el principio apuntar en los artistas pertenecientes a los dos primeros tercios del siglo XVI, y simultáneamente en Andalucía, en Valencia y en Castilla, aumentan y van afirmándose cada vez más, hasta llegar a ser, en fin, en el siglo XVII, con el gusto innato por los coloridos sobrios, sanos y poderosos, los caracteres más eminentes y más típicos de la pintura española. P. L.
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