Cómo dejar de amarte ranchera, cómo... Más que la cumbia y el reggaetón. Los sombreros de charro, las trompetas, pistolones y las letras sentidas que llegan al corazón ya se han fundido con la identidad chilena. A propósito de la discutida Ley del 20% de música nacional, los corridos y rancheras calan tan profundo que no necesitan de ninguna protección legal para mantener la popularidad que tienen desde hace ya setenta años.

Cómo dejar de amarte ranchera, cómo...

Más que la cumbia y el reggaetón. Los sombreros de charro, las trompetas, pistolones y las letras sentidas que llegan al corazón ya se han fundido con la identidad chilena. A propósito de la discutida Ley del 20% de música nacional, los corridos y rancheras calan tan profundo que no necesitan de ninguna protección legal para mantener la popularidad que tienen desde hace ya setenta años.

por Pedro Arraztio - 05/07/2014 - 10:52

Marcio Toloza aprendió a tocar guitarra recién a los 42 años. A esa edad, mientras trabajaba como temporero de la fruta en Río Negro, Argentina, conoció a otro chileno, Hugo Mariángel, “que era un guitarrero extraordinario”. Él le enseñó sus primeros acordes. Después en Neuquén compró un libro llamado Curso veloz de guitarra y, ya más confiado, comenzó a cantar con una idea firme en la cabeza: volver a su Lumaco natal convertido en músico.

Retornó a Chile, tomó el nombre de su grupo trasandino favorito “Los Charros”, le puso el apellido “de Lumaco” y formó su propia banda de “ranchera tropical”, que es como denomina a su estilo. Desde entonces, la fama de Toloza y su agrupación ha subido como la espuma. “No podía ser de otra forma, si donde vamos la gente se pone a bailar altiro”, dice. Han participado en el Festival del Huaso de Olmué y tienen tres discos de oro y dos de platino. Actualmente están grabando su séptimo álbum y viajan al otro lado de la cordillera frecuentemente, a tocar a esas mismas ciudades que antes Marcio Toloza recorrió como temporero agrícola.

El vertiginoso éxito de Los Charros de Lumaco es un fiel reflejo del furor que causa la música de origen mexicano entre los chilenos. Desde sus exponentes originales hasta los charros nacidos y “creados” a más de seis mil kilómetros del D.F., todo lo que suene a corridos y rancheras es un éxito seguro. Radios dedicadas al género, festivales e influencias en otros estilos musicales dan cuenta de lo arraigado de este sonido, sobre todo en las zonas rurales. De hecho, el disco de larga duración más vendido de las historia de la música nacional, con 150 mil copias, es México lindo y querido (2003), el álbum de rancheras de María José Quintanilla.

Hoy a los Charros de Lumaco se suman Los Llaneros de la Frontera, Los Hermanos Bustos, Los Ruta 5, Eliseo Guevara, Los Kuatreros del Sur y, detrás de ellos, una lista casi interminable de artistas chilenos que han dedicado su carrera a sonar como mexicanos ¿Qué hace que la popularidad de esta música con acordeones, guitarrones y trompetas se mantenga intacta en Chile desde hace más de siete décadas?

Osvaldo Waddington tiene 81 años, y como para muchos chilenos que vivieron a mediados del siglo XX, su primera aproximación con la música mexicana fue a través del cine. “Cuando joven vi muchas películas de Jorge Negrete, Pedro Armendáriz, María Félix. Las películas norteamericanas eran en inglés, con subtítulos, en cambio las mexicanas en castellano, con música y muy alegres”.

A partir de los años cuarenta, la industria cinematográfica mexicana trajo al país las historias de amor y aventuras de charros a caballo con pistolas al cinto y sombreros grandes, que generaron una identificación muy fuerte con el público chileno, sobre todo del campo. “La combinación de cine y música resultó muy atractiva. La cultura campesina expresada en estas películas era mucho más cercana por el idioma, costumbres, humor e ingenio que las estadounidenses. En estas historias, un campesino podía ser un héroe”, explica el historiador Claudio Rolle, coautor de la investigación Historia social de la música popular en Chile.

En esa misma década, agrupaciones chilenas como Los Queretanos, Los Huastecos del Sur y Los Veracruzanos comenzaron a grabar para el sello Odeón las canciones que aparecían en esas películas mexicanas. Vestidos de charros, interpretaban éxitos como ¡Ay Jalisco no te rajes! y Allá en el rancho grande. De ahí en adelante el fenómeno no paró más: aparecieron los programas de radio especializados, las giras por todo el país y poco a poco este tipo de música se apoderó de las listas de ventas.

Fue así como en 1954 Guadalupe del Carmen, una joven venida del pueblo de Chanco en la VII Región, logró vender más de 175 mil ejemplares de la canción Ofrenda, un corrido mexicano creado por el chileno Jorge Landy. Era algo inédito y extraordinario para esa década y que la convirtió en la primera artista nacional en obtener un disco de oro. Gracias a su éxito, su Chanco se transformó en la capital chilena de la ranchera, y hasta el día de hoy cada febrero se realiza en la localidad el Festival del Cantar Mexicano, que reúne a charros venidos de todas partes de Chile. “La idea es que se hiciera sólo por una vez, pero la presión de gente fue tanta que hemos tenido que armarlo durante todos los años desde 1980”, señala Waddington, el creador del evento.

Durante tres días, en el pueblo flamean las banderas de México, los charros se pasean a caballo y las trompetas y violines resuenan en las calles. El público se levanta espontáneamente a bailar corridos o llora con las sentidas interpretaciones de las baladas rancheras. El fenómeno llama la atención entre los mexicanos, quienes no se explican cómo el chileno Chanco puede convertirse por unos días en un verdadero pueblo campesino mexicano, por lo que se han hecho artículos, notas de televisión y documentales sobre el festival.

El fenómeno de Chanco es una expresión latente del sentimiento que esta música genera en los sectores rurales. Christian Retamal es chanquino, empleado municipal y ha participado dos veces en el evento (2009 y 2012). Dice que aunque no es profesional, el canto mexicano hay que tomarlo en serio. Cada uno de sus trajes de charro cuesta cerca de 500 mil pesos y prepara sus presentaciones en festivales con seis meses de anticipación. “El canto mexicano es puro sentimiento. Es una música muy emotiva, por eso es que le gusta tanto a la gente. Eso se ve reflejado en la cantidad de público que llega al festival. La medialuna de Chanco siempre está repleta a reventar”, comenta.

“La ranchera ya es parte de nuestro folclor de la zona central de Chile. Las personas del campo sufren y gozan con los dramas, las tragedias y los amores de estas letras. Es un estilo que los chilenos ya hicieron suyo”, dice Waddington.

Los expertos concuerdan en que Chile ha adoptado las corridas y rancheras y que ya son parte de la música popular, y que por esa vía le han dado un carácter propio. Esteban Faúndez es productor musical de los Estudios Alcalá, en Curicó, donde ha grabado el trabajo de varios artistas locales que desarrollan este género. “La ranchera rural adoptó los instrumentos típicos del folclor chileno, que son la guitarra y el acordeón para usarlos en la música mexicana”, cuenta, agregando que se ha llegado a un sonido característico: “El corrido, que es el más popular en el campo, utiliza voces arrastradas con gallitos, que incluso a veces llegan a ser algo desafinadas, igual que las guitarras. Eso le da un toque sufrido que tiene que ver con las letras, que generalmente son trágicas y hablan del desamor”.

El “sonido mexicano” está tan presente en la música chilena que varios artistas jóvenes nacionales de otros géneros han incursionado en él. Los hermanos Durán, de Los Bunkers, participaron el mes pasado en el MTV Unplugged de Pepe Aguilar, una de las leyendas de la ranchera en México, mientras que Medusa, el primer single del nuevo álbum de Manuel García, tiene claras influencias de los sonidos charros. “Yo tengo una relación muy cercana con esta música, que era la que escuchaba mi abuelo Manuel en sus vinilos”, explica y luego agrega: “Me llama la atención la forma en que se proyecta el sonido en el folclor mexicano, como cada instrumento respeta sus espacios y eso quise hacer en esta canción”. Para él, la música mexicana tiene una identificación lógica con Chile y el campo porque “tiene un sentido revolucionario. Hay una cuestión que tiene que ver con tres frentes: el hombre y su vida rural, cómo el hombre le canta al amor y cómo el hombre defiende sus derechos de campesino”.

María José Quintanilla es una de las exponentes más jóvenes y exitosas de este estilo en Chile. Con un récord de ventas a cuestas y ocho discos, a sus 24 años sabe cuán popular es este estilo: “La gracia de la música mexicana es que es transversal, es para toda la familia. Siempre está en los asados, cumpleaños y reuniones de amigos”, dice ella.

Eso es algo en lo que coinciden Los Vásquez, dúo que ha rescatado arreglos e instrumentos típicos de las rancheras en las baladas de su particular estilo denominado “pop cebolla”. Para ellos ya es una música derechamente “chileno-mexicana. Cuando chico, si estabas jugando al lado de la radio no necesariamente estabas escuchándola, pero esos sonidos quedan y se te hacen familiares”. Algunos de sus mayores hits como Miénteme una vez tienen “trompetas mariachis y acordeón. Son muy simples, con acordes sencillos y eso hace que sean tan digeribles”. En parte gracias a estas influencias, su disco Contigo pop y cebolla ha vendido más de 60 mil copias, lo que lo convierte en el cuarto álbum nacional con más ventas en lo que va del siglo XXI.

Para el historiador Claudio Rolle, la influencia de las rancheras y corridos en el cancionero popular chileno es tal, que ha desplazado al folclor como música propia y cotidiana del campo chileno. “La música mexicana tiene un espacio que se construyó por sí misma. No es impuesta y no necesita ningún tipo de protección como la Ley del 20% para que sea escuchada. Es algo que simplemente la gente pide que siga sonando”.

Tanto él como otros expertos concuerdan en que pasará mucho tiempo antes de que un sonido que no sea la ranchera impere en las casas y fiestas de las zonas rurales del país. Han pasado años y modas, pero allí el corrido mexicano “sigue siendo el rey”.

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