La incorporación de la Orden de Montesa

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Respecto a la Orden de Montesa, los Reyes Católicos, también aspiraron a lograr la administración de su Maestrazgo, pero el Papa Alejandro VI negó la gracia de dicha solicitud.

Esto hizo, que no llegara la incorporación a la Corona de Aragón, de la Orden de Santa María de Montesa y San Jorge de Alfama, hasta la muerte de su décimo cuarto Maestre frey Pedro Luís Galcerán de Borja y Castro, durante el reinado del Rey Felipe II.

En 1583, el Maestre quiso convencer al Capítulo General de la Orden para que aceptase a su hijo frey Juan de Borja Manuel, como su sucesor en el maestrazgo, a lo que la Orden se negó con rotundidad. Enojó esto al Maestre hasta tal punto, que negoció con el Rey Felipe II la incorporación de la Orden, recibiendo por ello diversas compensaciones personales, entre ellas, el nombramiento de Capitán General de Cataluña, en cuyo cargo murió en 1592.

Hechos los requerimientos necesarios, el Papa Sixto V promulgó, mediante Bula de 15 de marzo de 1587, la unión e incorporación perpetua del Maestrazgo de la Orden de Santa María de Montesa y San Jorge de Alfama, a la Corona de Aragón.

El Rey Felipe II, primer Administrador perpetuo por delegación Apostólica, tuvo que diseñar una nueva estructura para poder gobernar la Orden de Montesa sin tener que resolver por sí mismo los negocios y causas relativas a su maestrazgo; ello le obligó a dirigir la Orden desde el Consejo de Aragón, funcionando en lo relativo a Montesa, como un consejo particular de la Orden.

Con todo, esta estructura no cumplía con los Fueros del Reino de Valencia que exigían a quien pudiera ejercer jurisdicción en el Reino debería residir en él, por lo que definitivamente hubo que crear el cargo de Lugarteniente General del Maestre en la Ciudad y Reino de Valencia. Empleo que recaería en un Caballero de hábito de Montesa. En consecuencia pasó al Lugarteniente General la jurisdicción temporal y espiritual, gobierno y justicia de toda la Orden.

Con la llegada del Siglo XVIII y la subida al trono de Felipe V, la Orden de Montesa, al igual que otras Instituciones, se vieron afectadas por diversas disposiciones de ámbito político que afectaron directamente al estatus de la Orden.

La abolición de los fueros y extinguido el Consejo de Aragón en 15 de julio 1707, el Rey mandó que pasasen al de Castilla y Cámara, todos los respectivos negocios que conocía aquel y que se agregasen al de las Ordenes, los asuntos de la de Montesa. Con estas disposiciones se produce la plena incorporación a la Corona, de la Orden de Montesa, se integra como una orden más, en el Consejo de Ordenes, manteniendo los cargos y dignidades para seguir su gobierno.

Un suceso de capital importancia, afectó de una manera irreversible a la historia de la Orden de Montesa. En la madrugada del 23 de marzo de 1748, un terrible terremoto ocasionó el derrumbamiento del castillo-convento de Montesa, muriendo cerca de treinta personas entre freyles y personal al servicio del Convento. Días después, el día 2 de abril al anochecer, otro terremoto acabó de derribar todo lo que quedaba del anterior, muriendo varias personas que se hallaban en él. La destrucción fue total, quedando inhabitable para siempre. Los freyles supervivientes, siguiendo las órdenes del rey Fernando VI, se trasladaron al palacio del Temple en Valencia.

Unos años después, en 1761, Carlos III ordenó, mediante un real decreto, construir sobre el palacio del Temple, un nuevo edificio para convento, iglesia y colegio de la Orden de Montesa. Las obras se desarrollaron entre los años 1761 al 1766, inaugurando la iglesia, todavía por finalizar, el 4 de noviembre de 1770. La obra acabó de forma definitiva en 1785 con la construcción de la capilla de la Comunión o de San Jorge.

Respecto a la relación de las Ordenes Militares, con la evolución del Ejército que se produce en esa época, partiendo, de lo que se puede considerar un inicio de participación institucional de las Ordenes Militares en el Ejército, fue creado por el Real Consejo en 1640, el Batallón de las  Ordenes formado por 10 compañías comandadas por su capitán general el Conde-Duque de Olivares, para combatir en la guerra de Cataluña (1640-1658). La Guerra de Sucesión, trajo como consecuencia una nueva actividad militar de las Ordenes Militares. Al llamamiento real de 1706, el Consejo de Ordenes creó el 10 de febrero de 1706 un Regimiento de Ordenes Nuevo, con el Duque de Aveyro como su Coronel. En 1718, estos Batallones se refunden pasando a denominarse Regimiento de Ordenes.

De esta época, en plena guerra de Sucesión, proceden los regimientos denominados con los nombres de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa y que proceden respectivamente, de los antiguos regimientos de Santiago, Cecille, Zayas y Pozo Blanco.

En 1763, en el nuevo Reglamento de Reforma de la Caballería, el regimiento de Ordenes, aparece denominado como Regimiento del Infante.

En 1793 el Consejo financia y crea el Regimiento de Infantería “Ordenes Militares” debiendo ser su Coronel y su Capellán Caballeros de las Ordenes Militares. Lo formaban catorce compañías, siendo su primer Coronel el duque de Arión.

Las Ordenes Militares, reunidas las cuatro en la Corona Española, dirigidos los asuntos comunes por el Real Consejo de Ordenes, comienzan una nueva época en la que sin perder independencia unas de otras, se ven afectadas por las nuevas circunstancias históricas originadas por la Edad Moderna.

Las Ordenes Militares continúan manteniendo su estructura interna, encabezadas por el Maestre, ya el Rey, siguiendo a continuación el orden de Dignidades que marcaba la jerarquía entre los Caballeros Comendadores, que administraban las Encomiendas.

Las Ordenes Militares españolas, conservan en esa época el carácter de Instituciones de la Iglesia Católica, al tiempo que son parte del Estado subordinadas, a las consiguientes disposiciones reguladoras de orden civil.

En esa misma época, se fortifica de nuevo y se enaltece la tradicional devoción de las Ordenes Militares por la Virgen María, con la reafirmación del llamado cuarto voto en sus Definiciones, que se había establecido en el año de 1652, en defensa del dogma de la Inmaculada Concepción de María, hasta su proclamación por el Papa Pío IX (nono), el 8 de diciembre de 1854.

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