WALTER SOUBRIÉ 1925 – 2002

Walter Soubrié falleció a los setenta y siete años, y había nacido en 1925. Vale decir –entonces– que allá, por el comienzo del setenta, frisaba los cuarenta y cinco años de edad. No es menos cierto que un mozalbete de insolentes veintipico, ansioso por ser aceptado como actor, y un poco obnubilado por la admiración, podía ver en este hombre a un señor mayor, pero lo cierto es que Walter, con su severidad indumentaria, su incipiente calvicie, lamáscara brechtiana de su rostro, y una actitud de austeridad rayana en el ascetismo, parecía uno de esos personajes que en la ópera italiana canta el bajo.

Comunista sin concesiones, de aquellos de moral soviética y solidaridad militante, todo su ser estaba adornado –seguramente a su pesar– de un romanticismo en retirada; no entendía (o no quería entender) ciertas modas ideológicas que llegaban pensadas en un complicado francés y musicalizadas en inglés. Cuando los más jóvenes trataban de convencerlo de que aquella tozudez resultaba poco práctica, Water sonreía con cierta tristeza y se ensimismaba para luego irse con señorial y quijotesco andar abrazado a un portafolios que ¡vaya a saber uno que guardaba! Mucho menos comprendía el culto a heroísmos individuales escondidos tras una falsa iconoclastia que no derrocaba ídolos sino que, tan sólo, reemplazaba idolatrías; y se horrorizaba ante lo que consideraba mera promiscuidad disfrazada de “libertad sexual”, y otras insanas costumbres, que amenazaban desviar al hombre de su misión de construirse de nuevo. Él caminaba la Buenos Aires de las reuniones en clandestinidad, la de las cooperativas, la de Osvaldo Pugliese, la de Barletta; y la de La Máscara, Fray Mocho, Nuevo Teatro y el IFT, y lo hacía con una bonhomía a prueba de traiciones, con un talento y una consecuencia con sus convicciones y su vocación sin fisuras y, por supuesto, con una imprescindible cuota de ingenuidad que lo hacían un compañero y un amigo en quien siempre se podía confiar.

Había nacido en Arrecifes, provincia de Buenos Aires, y llegó muy joven a la gran ciudad para ponerle el cuerpo al deseo de actuar. Eran aquellas épocas en las que el teatro independiente se convertía en un espacio para ofrecer al público los más variados repertorios. Se lució en "Los bajos fondos", de Máximo Gorki; en "El amor al prójimo", de Andreiev, ambos espectáculos dirigidos por Alejandra Boero y Pedro Asquini, y en "El centroforward murió al amanecer", de Agustín Cuzzani, dirigido por Ricardo Passano.

Los títulos y los nombres célebres de actores y directores se fueron sumando. Vayan como ejemplo: "El momento de su vida", de William Saroyán; "El diario de Ana Frank", con dirección de Oscar Fessler; "El carro eternidad", de Andrés Lizarraga, "Sopa de pollo", de Arnold Wesker, labor por la que obtuvo el Premio Gregorio de Laferrére, “Romance de lobos”, de Del Valle Inclán“Galileo Galilei”,“El círculo de tiza caucasiano”,“El Señor Púntila y su chofer”, estas tres de Brecht;“El discípulo del diablo”, de Bernard Shaw; y tantos otros títulos más. Pero, quizá, su máximo orgullo era que Manuel Iedvabni le hubiera confiado un personaje en aquella mítica puesta de “La resistible ascensión de Arturo Ui” con la que se inauguró el Teatro del Centro en 1968; labor por la que recibió el premio Talía como mejor actor de reparto. En 1998, sus compañeros lo honraron con el Premio Podestá.

El cine rescató su formidable máscara en veintitrés títulos. Leopoldo Torre Nilsson lo convocó, en 1960, para un papel en "Un guapo del 900",film que significó el debut cinematográfico de Soubrié, y bajo su dirección actuó en "Martín Fierro" (1968), "El santo de la espada" (1970), “La Guerra del Cerdo (1975)”, y “Piedra Libre”(1976).

Adolfo C. Martínez le dedicó una entrañable necrológica en La Nación, y no hace falta un exhaustivo análisis del texto, para advertir que junto al cariño y el respeto por una trayectoria artística y una conducta ética sin tachas, Martínez sentía una profunda amargura ante la muerte del gran actor; decía así: “Su intensa tarea artística fue recompensada en 1968 con el galardón Talía como mejor actor de reparto, y en 1998, con el Premio Podestá. En la trayectoria actoral de Soubrié, sin embargo, no faltaron las épocas malas, esas de falta de trabajo, "de hacer –como solía recordar– innumerables bolos, poner la cara por unos mangos, hacer pasillos y antesalas", y hasta tuvo que dedicarse, para solventar sus necesidades económicas, a instalar y reparar artefactos sanitarios y destapar cañerías. Pero el Walter Soubrié actor siempre se antepuso a estas penurias cotidianas. Y logró un merecido lugar en el medio artístico argentino. Su figura alta, combinada con el aire intelectual y sus charlas en las que intercalaba anécdotas con bromas y pensamientos políticos rotundos, fue insustituible en las mesas de esos cafés en los que se reunían los más dispares artistas de nuestro medio. La enfermedad alejó a Soubrié de su pasión indomable por el arte. Y lamentablemente muchos de sus amigos lo arrinconaron en ese baúl de los olvidos en el que jamás deben refugiarse los artistas de su talento y honestidad.”

FM.2011