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La tarde del 15 de abril de 1953

Opinión

Por Antonio Cafiero
Para LA NACION

El 15 de abril último se publicó en LA NACION un artículo de Hugo Gambini titulado "Cuando Perón hizo tronar el escarmiento", en el cual se recuerdan trágicos sucesos ocurridos en la tarde del 15 de abril de 1953. El mismo autor, en su libro Historia del peronismo (página 217), había manifestado: "Ese 15 de abril de 1953 fue una de las jornadas más estremecedoras y sombrías de la época historiada. Los inocentes que murieron como consecuencia de las bombas colocadas por un grupo terrorista de la oposición y la actitud vengativa de los incendiarios demostraban hasta qué punto el enfrentamiento político se había convertido en una batalla cada vez más feroz".

Comparto esta apreciación, pero no la interpretación de Gambini. Máxime, porque fui testigo presencial de aquellos episodios y puedo dar cuenta de sus orígenes y consecuencias.

Considero indispensable visualizar primero el contexto histórico en el que sucedieron los hechos. La principal preocupación del gobierno de Perón era entonces cómo superar las dificultades económicas que se manifestaban desde 1949. Se hacia necesario un nuevo plan que Perón anunció en febrero de 1952, a cuyo frente designó al doctor Alfredo Gómez Morales y a quien escribe en la cartera de Comercio Exterior.

El plan, en orden al combate de la inflación, se basaba en un acuerdo social entre trabajadores y empresarios que disponía el congelamiento de precios y salarios. Se logró así reducir rápida y drásticamente los niveles de inflación. Pero comenzó a haber desabastecimiento (en especial de carne, principal consumo popular), violaciones en el nivel de precios acordado por parte de los empresarios y algún deslizamiento salarial por obra de la presión sindical. A ello se sumaron, a principios de 1953, las acusaciones de corrupción, que introdujeron un factor de confusión, antagonismos y acusaciones cruzadas aun dentro de las propias esferas oficiales.

"¡Leña, leña!"

Para facilitar el éxito del nuevo plan, el gobierno entendió que era necesario profundizar los esfuerzos para pacificar políticamente al país, los que habían encontrado eco en destacados dirigentes de la oposición. Lamentablemente, estos propósitos fueron interpretados como síntomas de debilidad y, paradójicamente, alentaron a otros sectores a endurecer sus posiciones y a los grupos más duros a emplear la violencia. Allí radicó el porqué de los atentados terroristas.

Las bombas colocadas en la Plaza de Mayo produjeron siete muertos y cerca de un centenar de heridos. Los terroristas también habían colocado bombas sobre la azotea del edificio del Banco de la Nación, con la intención de que la mampostería se desplomara sobre la multitud apiñada en sus cercanías. Afortunadamente, estas bombas no estallaron. De lo contrario, el número de víctimas hubiera sido infernal.

Gambini pasa por alto la gravedad de esas circunstancias y se dedica a resaltar la tan criticada expresión de Perón, inmediata al estallido de las bombas, en respuesta al griterío de la muchedumbre que reclamaba "¡Leña! ¡Leña!": "Eso de la leña que me aconsejan, ¿por qué no empiezan ustedes a darla?" Esta reacción debe ser también ubicada en su correcto contexto. Es psicológicamente entendible, aunque no políticamente justificable, que ello produjera expresiones indignadas e instintivas.

Sin embargo, Perón atemperó inmediatamente su discurso: "Aunque parezca ingenuo que yo haga el último llamado a los opositores para que se pongan a trabajar en favor de la República, a pesar de las bombas, a pesar de los rumores, les vamos a perdonar todas las hechas"; "a estos bandidos los vamos a vencer produciendo. Por eso hoy, como siempre, la consigna de los trabajadores ha de ser "producir, producir, producir". [...] Les agradezco esta maravillosa concentración y les ruego que se retiren tranquilos". ¿Era ésta una forma de incitar a la multitud, como dice Gambini, para que hiciese "tronar el escarmiento"?

Rescato de mi memoria algunas pinceladas de aquella jornada que era de fiesta y terminó en drama. Hay imágenes que todavía conservo intactas. Era una tarde cálida. La multitud se manifestaba de modo pacífico, con sus cánticos de siempre. Perón se aprestaba a explicar por qué no era posible decretar la libertad de los precios, cuando se vio interrumpido por dos explosiones estremecedoras y el aleteo desordenado de las palomas que escapaban del horror. La gente no se movió de su sitio. Un griterío ensordecedor inundó la plaza: "¡La vida por Perón, la vida por Perón!" Se sucedieron las imprecaciones y los gritos, el aire se cargó con la densidad de la tragedia. Finalmente, la multitud, repuesta de la sorpresa, comenzó a desconcentrarse pacíficamente, respondiendo a las exhortaciones tranquilizadoras del presidente.

Los vandálicos sucesos que protagonizaron al anochecer algunos grupos que quemaron la biblioteca de La Vanguardia y el edificio del Jockey Club, y atacaron la Casa Radical fueron por cierto execrables. La versión de las autoridades policiales era que se trataba de grupos extremistas que actuaron espontáneamente, algunos de los cuales ni siquiera habían participado de la convocatoria popular.

La ansiada reconciliación

Con el tiempo, todos los terroristas responsables de los atentados de la Plaza de Mayo, jóvenes profesionales y universitarios pertenecientes a familias de clase media alta, fueron detenidos y procesados por la Justicia ante los jueces competentes, con todas las garantías de la Constitución y de la ley. Nadie sufrió agravio o condena otra que la dispuesta por la Justicia. Entre ellos hubo algunos que desempeñarían elevadas funciones en el gobierno de Arturo Illia (1963-1966). A pesar de estos hechos, el gobierno continuó con su política de pacificación y en el mes de julio de 1953 se sancionó una ley de amnistía. El 28 de agosto, Perón declararía: "Hemos terminado la lucha contra los enemigos de adentro y de afuera. Nuestras banderas no son ya de lucha, sino de tranquilidad, de paz y de trabajo. No hemos de ser insensibles a los deseos de pacificación de toda la República".

Empero, los atentados terroristas de aquella infausta tarde marcaron el comienzo de una etapa de violencia, dolor y muerte que habría de extenderse durante treinta años de historia argentina.

Aquellos vientos sembrados en la tarde del 15 de abril trajeron estas tempestades posteriores. Debo decirlo: fueron los peronistas los que pagaron el tributo más alto a esta ordalía. Porque la violencia tuvo dos caras. La del peronismo, durante la época de la proscripción y del exilio (1955-1973), se caracterizó por una suerte de jactancias verbales y el ataque a bienes físicos simbólicos, por cierto muy valiosos y respetables. En cambio, la del antiperonismo se caracterizó por el terrorismo brutal y el desprecio al valor de la vida humana. Los peronistas fueron insolentes. Pero el antiperonismo rezumaba odio. Los peronistas alardeaban: los antiperonistas fusilaban.

Hubo que esperar veinte años para alcanzar la reconciliación de peronistas y antiperonistas que nos legaron Perón y Balbín. Invitado a un aniversario del Partido Socialista, aproveché la ocasión y pedí perdón en nombre del peronismo histórico por aquellas agresiones físicas del 15 de abril de 1953. Puesto que no creo en la patología destructiva de los odios que anidan en los pliegos marginales de la política, aún aguardo que de algún sector del antiperonismo surja alguna voz similar para enterrar definitivamente este pasado ominoso. Empezando por el propio Gambini.

© LA NACION

El autor es senador de la Nación (PJ, Buenos Aires). .

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