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¿Arde Barcelona?

Una revelación inédita sobre los últimos días de la Barcelona republicana explica la singularidad política de Catalunya con aires de guión cinematográfico

Política | 22/09/2013 - 00:05h

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Media Barcelona estuvo a punto de saltar por los aires el 26 de enero de 1939 y lo impidió un dirigente comunista catalán disconforme con las supuestas órdenes de Moscú de dinamitar estaciones de tren, túneles del metro, conducciones de agua potable, estaciones eléctricas y fábricas. Horas antes de la entrada de las tropas franquistas en la ciudad, Barcelona anticipó el argumento de una de las grandes películas sobre la Segunda Guerra Mundial, “¿Arde París”?, dirigida por René Clement en 1966, con un guión de lujo firmado por Francis Ford Coppola y Gore Vidal y un elenco estelar integrado por Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Kirk Douglas, Glenn Ford, Yves Montand, Anthony Perkins, Simone Signoret, Charles Boyer, Leslie Caron, Jean-Louis Trintignant y Orson Welles, entre otros.

Barcelona estuvo a punto de ser sembrada con centenares de toneladas de trilita a disposición de los artificieros del V Cuerpo del Ejército Popular (para ser más exactos, de lo que quedaba de esa unidad después de la batalla del Ebro), bajo el mando de Enrique Líster, encargado de proteger la retirada republicana. Ante la imposibilidad material y psicológica de proceder a una defensa numantina de Barcelona, asesores militares del Komintern (III Internacional Comunista) habrían planteado la destrucción de los principales nódulos urbanos previendo que la lucha seguiría en España una vez estallase la segunda gran guerra europea. En las reuniones preparatorias, los mandos militares presentes estimaron que una cuarta parte de Barcelona podía quedar destruida, con un elevado coste en vidas humanas ante la imposibilidad de evacuar todas las zonas estratégicas. “Daños colaterales”. Estos planes habrían sido boicoteados por Miquel Serra i Pàmies (Reus, 1902-México, 1968), dirigente del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y consejero de Abastos de la Generalitat durante buena parte de la Guerra Civil.

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Esta es la tesis que sostiene un interesante artículo publicado por el economista Guillem Martí en el último número de la revista “Barcelona Metrópolis” (Número 89 /Verano del 2013). Disconforme con aquel plan militar y aterrorizado por los daños que la cadena de explosiones podía causar en la población civil, Serra i Pàmies, presumiblemente con el apoyo de otros dirigentes del PSUC, habría aprovechado sus funciones de coordinación para demorar el plan, hasta hacerlo inviable. Cuando las tropas del general Yagüe entraron en Barcelona hallaron una ciudad desmoralizada y dañada exclusivamente por miles de toneladas de explosivos lanzados durante dos años por la aviación fascista italiana. El puerto estaba destrozado. Las zonas industriales, muy castigadas. El Eixample, agujereado. Varios miles de personas salieron a la calle para saludar con entusiasmo a los vencedores. Unos, por simpatía y evidente adhesión al nuevo régimen, otros por hambre, cansancio, desmoralización e instinto de supervivencia. En paralelo, miles y miles de personas abandonaban penosamente Catalunya en dirección a la frontera con Francia. El drama de la Guerra Civil.

No consta que aquel 26 de enero alguien llamase desde Moscú con una pregunta de guión cinematográfico -¿Arde Barcelona?-, pero el episodio guarda un asombroso parecido con el “¿Arde París?” de Francis Ford Coppola y Gore Vidal, a su vez inspirado en la novela homónima de Dominique Lapierre y Larry Collins.

Sinopsis: el alto mando militar en París recibe estrictas órdenes de Adolf Hitler de dinamitar las principales infraestructuras, edificios y monumentos de la capital francesa antes de que la ciudad caiga en manos de la Resistencia y de las tropas norteamericanas. Los militares alemanes cumplen la orden de inmediato y la ciudad queda sembrada de explosivos. Sólo falta la orden de detonarlos.

El general de Infantería, Dieter Von Choltitz, gobernador militar de París, se negó a dar la orden de destrucción, no sin antes haber ejercido una dura represión de la Resistencia. En la película, Choltitz aparece como un alto militar alemán perplejo ante la locura de Hitler, convencido en su fuero interno de que Alemania tiene pérdida la guerra y abiertamente hostil a los manejos de las SS. En el último momento, la destrucción de París le parece una monstruosidad.

En un principio, el alto mando aliado no tenía intención de atacar París de frente y se inclinaba por una maniobra envolvente para encerrar a los ocupantes en una bolsa. Las fuerzas de resistencia estaban divididas sobre la táctica a seguir. Las Forces Françaises de l’Interieur (FFI) comandadas en la capital por el coronel Henry-Rol Tanguy, de filiación comunista, voluntario francés en las Brigadas Internacionales durante la Guerra de España, defendían una pronta insurrección de la ciudad y el ataque frontal a los alemanes. Los resistentes directamente conectados con la France Libre del general De Gaulle eran más partidarios de esperar la maniobra envolvente de los aliados. La película refleja muy bien el debate entre ambos sectores y la votación que, por estrecho margen, rechaza el alto el fuego propuesto por los alemanes, sin que se rompa la unidad de acción de los resistentes. Este es un pasaje muy interesante. El hombre de De Gaulle en París, Jacques Chaban-Delmas y Henry-Rol Tanguy saben evitar la ruptura. En paralelo, el mando aliado cambia de planes y decide que la División Leclerc ataque París, reforzada por la IV División de Infantería de Estados Unidos. Los republicanos españoles, entre los que figuraban numerosos comunistas, tuvieron un papel relevante en la liberación de París. Había españoles –y catalanes- en las FFI y también los había en las unidades de vanguardia de la División Leclerc: la mítica 9ª compañía, en cuyos vehículos ondeaba la bandera republicana. El gobernador militar Von Choltitz fue detenido por españoles y un oficial valenciano, Amado Granell, hijo de Burriana, encabezaba la columna motorizada de la División Leclerc que entró en París.

Volvemos al ¿Arde Barcelona?. La ciudad fue evacuada por los fuerzas leales a la República, a la Generalitat y al Komintern (en este caso, creo que el matiz es muy pertinente) sin que los explosivos se llegaran a colocar. Todo sucedió muy deprisa y si hubo un plan de sabotaje a gran escala no fue conocido por mucha gente. En el acreditado memorial de Julián Zugazagoitia sobre la Guerra Civil (“Guerra y vicisitudes de los españoles”) no hay ninguna mención a un plan gubernativo para dinamitar los nódulos principales de la capital catalana ante la entrada de las tropas de Franco. Zugazagoitia, militante del PSOE, antiguo director de “El Socialista” y estrecho colaborador del primer ministro republicano Juan Negrín, acabó la guerra en Barcelona como jefe de la Secretaría de Defensa Nacional. En su memorial no hay ni rastro de un plan para dinamitar Barcelona.

El hombre de confianza de Negrín expresa, sin embargo, su perplejidad ante el súbito relevo del gobernador militar de Barcelona poco antes del 26 de enero de 1939. El general Juan Hernández Saravia, encargado de los planes de defensa de Barcelona, fue súbitamente substituido por el general José Brandaris de la Cuesta, antiguo gobernador militar en Menorca. Brandaris no conocía la ciudad, ni a los mandos de las tropas estacionadas en ella. Era del todo imposible que aquel hombre pudiese poner en marcha en pocos días una defensa numantina de Barcelona, o un plan de demolición. Ni siquiera está claro que llegará a toma posesión del mando. El memorial de Zugazagoitia se pregunta sobre el misterio de este relevo y no sabe a quién atribuirlo.

Tampoco hay mención explícita a la dinamita de Líster en las memorias del coronel Manuel Tagüeña (“Testimonio de dos guerras”, 2005, Planeta). Manuel Tagüeña Lacorte (Madrid, 1913-México, 1971) era un joven licenciado en Ciencias Físico-Matemáticas que a los 25 años se convirtió en uno de los dirigentes comunistas con mando en el Ejército de la República. Modesto, Líster y Tagüeña. El fallecido historiador militar Gabriel Cardona lo retrató así: “Tagüeña se reveló como un jefe militar eficaz y sereno, que trataba a sus hombres con educación; muy lejos de los malos humores y terca sequedad de Modesto o de los arrebatos heroicos de Líster, salpicados de histeria y violencia”. Tagüeña fue uno de los más eficaces jefes militares de la República en la batalla del Ebro. Al frente del XV Cuerpo logró cruzar el río el 25 de julio de 1938 y se replegó ordenadamente el 15 de noviembre protegiendo lo que quedaba de la brigada de Líster.

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En sus memorias, Tagüeña describe así la inminente caída de Barcelona: “Pensar que la población de la capital catalana se iba a alzar para defenderla, era totalmente ilusorio. En los últimos días, a pesar de todos los llamamientos, de su millón de habitantes apenas se habían reunido mil para fortificar. Barcelona aceptaba la derrota con tristeza y no veía objeto alguno para prolongar la lucha; ya no estábamos en 1936. La gran mayoría de la gente estaba hambrienta y deseando que terminara como fuera la gran pesadilla de la guerra. Los constantes bombardeos de la aviación enemiga, que en los últimos días se sucedían sin césar, habían ayudado a derrumbar su moral”.

Y añade una misteriosa referencia a un posible plan de sabotaje de Barcelona. Aquella última semana de enero se presentó en su puesto de mando con la consigna de tierra quemada un personaje con acento extranjero que se hacia llamar Julio y decía pertenecer a la dirección comunista. “Nos miraba a todos con gran desconfianza, desarrollaba una gran actividad y nos hacia toda clase de sugerencias. Una de ellas fue que ocupáramos por la fuerza el castillo de Montjuïc y acabáramos con los presos y otra, que preparáramos un plan de destrucciones y de incendios en la ciudad. No le hicimos ningún caso y tuve que contener a mis oficiales. Al mediodía desapareció, al fin, y ya no lo vimos nunca más”, escribe el jefe del XV Cuerpo. (Al acabar la guerra, Tagüeña marchó a Moscú donde completó su formación militar en la Academia Frunze. Fue asesor militar en Yugoslavia y Checoslovaquia, donde se doctoró en Ciencias Físicas. Distanciado del PCE, se trasladó a México y se negó a aceptar el papel de “rojo arrepentido” que le ofrecieron las autoridades franquistas en 1960.)

La orden de destruir tu propia ciudad no es fácil de adoptar y de cumplir. Dos años antes de la caída de Barcelona, el Partido Nacionalista Vasco se había negado a destruir los altos hornos y otras importantes instalaciones industriales de Euskadi tras la caída de Bilbao en junio de 1937, desobedeciendo en este caso instrucciones explícitas del mando republicano, puesto que el control de la industria vasca era fundamental para la evolución de la guerra.

En enero de 1939, todo era más caótico en Barcelona. Está perfectamente documentada una fuerte tensión entre los dirigentes del PSUC y del PCE aquellos días. Una tensión que venía de lejos. El Partit Socialista Unificat de Catalunya fue fundado días después de inicio de la Guerra Civil con el propósito de agrupar las fuerzas socialistas y comunistas en una Catalunya en aquellos momentos dominada socialmente por la CNT-FAI. Confuyeron en él, la Federación Catalana del PSOE, la Unió Socialista de Catalunya (socialistas catalanistas), el Partit Català Proletari (pequeña escisión de izquierdas del grupo independentista Estat Català) y el Partit Comunista de Catalunya (desvinculado del PCE), y eligieron como secretario general a Joan Comorera i Soler, provinente de la Unió Socialista. La III Internacional propugnaba en aquellos momentos la unificación de socialistas y comunistas para hacer frente al auge del nazismo y el fascismo. El PSUC se convirtió, por tanto, en un experimento muy interesante a ojos del Komintern.

Después de los sucesos de Mayo de 1937 (enfrentamiento entre fuerzas republicanas moderadas y radicales por el control político de Barcelona: PSUC, ERC y la Generalitat, por un lado; la CNT-FAI y el POUM, por el otro), el partido “unificado” se convertiría en la nueva fuerza dominante. Comorera ejercía una fuerte influencia sobre el presidente de la Generalitat, Lluis Companys y el PSUC aparecía como un “partido de orden” ante la impaciencia revolucionaria del POUM y la CNT-FAI. “El partido rosa de la revolución”, en palabras de Josep Pla. “El Peix amb Suc”, según la ironía popular en tiempos de escasez. Desplazó a ERC, desbordada por los acontecimientos; acotó con la UGT el poder sindical de los anarcosindicalistas y se convirtió en transmisor de los impulsos neuróticos y dictatoriales del estalinismo en la persecución del POUM, acusado de trostkista. (El PSUC acosó a Andreu Nin antes que fuese secuestrado y asesinado por agentes de la NKVD, la policía secreta soviética, y un militante suyo, Ramon Mercader, asesinó a Trotsky en México en agosto de 1940 con un golpe de piolet).

El PSUC era fiel a la URSS, pero no se dejaba fagocitar por el PCE. Comorera tenía una personalidad muy fuerte y una notable cultura política adquirida en los años veinte en Argentina. No era un partido bolchevique, era una agregación de socialistas, comunistas y catalanistas de izquierda en la que abundaban los masones. Serra i Pàmies, provenía de la Unió Socialista, era muy catalanista y era masón. No soportaba a los dirigentes del PCE.

En los últimos días de la guerra, los dirigentes del PSUC y del PCE jugaron al ratón y al gato por ver quienes eran los últimos en abandonar Barcelona. Comorera y Serra i Pàmies permanecieron en la ciudad hasta el último minuto, conscientes de que podían ser acusados de “abandonismo”. Cuando las primeras tanquetas del general Yagüe entraban por la Diagonal, ellos aún estaban en el paseo de Gràcia. Es probable que hubiese un plan para dinamitar parte de Barcelona y que Líster tuviese los explosivos y los artificieros necesarios para llevar a cabo la operación, pero aquellos días en Barcelona fueron muy caóticos. Demasiados caóticos para un plan de tal envergadura.

Acabada la Guerra Civil, Serra Pàmies y otros dirigentes del PSUC fueron llamados a Moscú a rendir cuentas. Un informe del dirigente comunista italiano Palmiro Togliatti (“Ercoli”, en España) al Komintern era muy crítico con el partido catalán, que consideraba poco férreo, poco cohesionado y con muchos componentes nacionalistas y pequeño burgueses. Serra Pàmies contrajo una parálisis facial durante las sesiones de “depuración” en Moscú. La NKVD, sin embargo, no lo liquidó. Al Komintern le seguía interesando el experimento del PSUC. Serra i Pàmies podía haber acabado en Siberia, pero consiguió marchar a México, donde abandonó el comunismo. Con otros ex militantes fundó el Partit Socialista de Catalunya (PSC), muy pequeño y radicado en el exilio, que más tarde confluiría en el Moviment Socialista de Catalunya, embrión del actual PSC.

El PSUC fue admitido como sección catalana de la Internacional Comunista a finales de 1939 y Comorera, respetado en Moscú, acabaría chocando frontalmente con los dirigentes del PCE, disconformes con aquel reconocimiento de “soberanía”. “Estarás contento, ya has conseguido lo que querías”, le espetó Dolores Ibarruri, ‘La Pasionaria’. Fue expulsado en 1949, acusado de “titista” (desviacionismo nacionalista, en la estela del dirigente yugoslavo Tito) y acosado indignamente en el exilio. Regresó clandestinamente a Barcelona en 1951 y fue detenido al cabo de tres años por la policía franquista en un piso de la calle Consell de Cent donde sobrevivía traduciendo novelas de Simenon y editando hojas clandestinas con su pensamiento político. Sometido a Consejo de Guerra, fue condenado a treinta años de cárcel. Murió en la prisión central de Burgos en 1956. Pese a la voraz campaña en su contra desde Radio España Independiente (‘la Pirenaica’), los presos comunistas de Burgos le acogieron con respeto y humanidad. El suyo fue el primer funeral civil en aquella prisión. Su esposa, Rosa Santacana, fue acogida en Yugoslavia. (Datos extraídos de la excelente trilogía sobre Joan Comorera y el PSUC a cargo del profesor Miquel Caminal, Empúries, 1984).

¿Arde Barcelona? Seguramente esta pregunta nunca llegó a ser formulada desde Moscú, pero la inédita peripecia de Serra i Pàmies adquiere estos días una especial luminosidad. Contribuye a explicar desde un ángulo poco conocido la singularidad política de Catalunya y coloca en el desván del psicoanalista a algunos personajes que hoy parecen añorar aquella recomendación atribuida al general Espartero: “Hay que bombardear Barcelona cada 50 años”.

Curioso momento. Esperanza Aguirre propugnando esta semana en Barcelona la “catalanización” de España y el catedrático Juan Velarde Fuertes, en su juventud redactor de las ponencias económicas del I Congreso de Falange en 1953 y en la madurez asesor de José María Aznar, jugueteando con las bombas de Espartero en Telemadrid y en el diván de Freud.

Ardiente Barcelona.

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