REVISTA YA

Martes 7 de Febrero de 2006

La Ministra de Economía de Bachelet:
El camino propio de Ingrid Antonijevic

La Ministra de Economía de Bachelet.
Texto: Daniela Mohor W. Fotografías: Héctor Yáñez.

Ingrid Antonijevic siempre contesta el celular. Aunque desde que fue nombrada Ministra de Economía por la Presidenta electa Michelle Bachelet suena seguido. Relajada, se toma el tiempo para conversar con quien llame, de recibir las flores que le envían para felicitarla mientras planea su día antes de partir al lago Ranco con su hija y sus nietos por una semana. Este verano no le tocaron más vacaciones. Pero eso tampoco la perturba. A los 53 años, quien será la Ministra de Economía en el gobierno de Bachelet, sabe cómo vivir la vida sin estrés. Aficionada de los paseos por la playa en Tunquén - donde tiene casa- , abuela dedicada y seguidora de la filosofía zen, habla de su vida pasada sin tapujos y con una transparencia que sorprende en una persona a punto de asumir un cargo de importancia. Quizás es parte de la marca del liderazgo que busca imponer el bacheletismo: femenino y más cercano.

Culta, amante de la poesía - el segundo piso de su casa en la playa está enteramente ocupado por su biblioteca personal- , se ha destacado a lo largo de su vida por incursionar en áreas donde tradicionalmente hay poco espacio para las mujeres. Empezó por estudiar economía, carrera generalmente reservada a los hombres. Más tarde tuvo responsabilidades que pocas tenían: se destacó en distintos cargos ejecutivos en el sector privado, entre ellos como presidenta de Sal Punta de Lobos, la empresa fundada por su padre y la fabricante de sal más grande Sudamérica. Luego fue la primera mujer, junto a Lucía Santa Cruz, en pertenecer al directorio de un banco y ahora será la primera Ministra de Economía mujer de la historia de Chile. "Siento que me están dando una gran oportunidad de hacer algo valioso para el país", dice sobre su nombramiento. Se siente pionera en su mundo, el de los negocios y las finanzas, pero asegura que nunca lo planeó. "Fue ocurriendo con mucha naturalidad. Nunca me lo propuse, pero de repente me empecé a dar cuenta de que no había muchas mujeres de mi edad en los cargos que yo tenía. Las mujeres se han demorado más en ingresar en el mundo de las empresas que a otros ámbitos", acota.

Hija de un croata y una alemana, Ingrid Antonijevic nació en Iquique y llevó la típica vida de los hijos de inmigrantes. Su padre, Leandro Antonijevic, trabajó primero en una panadería y luego abrió su propia tienda de menaje, la que le permitía alimentar a su señora y sus tres hijas. Ingrid es la menor y tenía siete años cuando su familia se trasladó a Santiago, pero aún tiene recuerdos del norte.

- ¿Cómo era la vida en Iquique?

- Me encantaba porque se podía andar por el centro, ir a la esquina a comprar a los cinco años sola. Yo salía del local de mi papá, pedía un helado y volvía. Ni lo pagaba, se lo cobraban a él después. Era otra vida. Además, el local era entretenido, a nosotras nos encantaba: saltábamos en los colchones de la bodega, eran como las camas elásticas de la época. Íbamos mucho a la playa Cavancha que era preciosa. Me sigue encantando. Me acuerdo también que cuando mi papá empezó con lo de la sal, yo tenía tres o cuatro años e íbamos a las bodegas. Jugábamos arriba de los montones de sal con mis hermanas y después nos picaban los pies, porque la sal arde.

- ¿Y cómo empezó su padre con el negocio de la sal?

- Esta historia la contó él antes de que muriera. Contó que vino un amigo a pedirle plata prestada y le dio en garantía unas pertenencias de sal. Las pertenencias son como un derecho a explotar, no es la propiedad real, pero como el amigo no le pagó la deuda, las pertenencias pasaron a ser de mi papá. Él contaba que pateaba la sal y decía "¿qué hago con esto?". Pero como tenía un par de camiones, empezó a sacar sal industrial, a granel, y se puso a venderla en Santiago. El año 1968 se asoció con la empresa Salinas Punta de Lobos y formaron Súper Sal Lobos, que era una filial de la que yo fui presidenta los últimos años que tuvimos la empresa. Él era socio y a medida que los accionistas iban vendiendo, fue comprando acciones.

La empresa agarró vuelo. Perteneció a la familia Antonijevic hasta 2001, cuando José Yurasceck la compró en cien millones de dólares. El negocio, eso sí, se desarrolló en treinta años. Por eso, dice la ministra, su padre se preocupó de que sus hijas fueran profesionales. "Para mis papás era importante que nosotras fuéramos universitarias. Creo que tiene que ver con el hecho que para él tener tres hijas mujeres le daba un poco de inseguridad. En ese tiempo no tenía bienes, entonces siempre estuvo preocupado de que fuéramos autosuficientes económicamente, y que no nos faltara nada", cuenta.

En el colegio, ella era particularmente brillante en matemáticas y física. "Mi papá quería que entrara a la Católica y no quedé, pero para mí fue maravilloso estudiar en la Chile, un regalo; conocí tanta gente, tan diversa. Íbamos a la sala de conferencias en República 517 y era entretenido. Yo era muy tímida, no hablaba ni nada, pero iba a escuchar los debates que se organizaban".

Esas discusiones le abrieron un mundo nuevo: el de la política. "La Universidad de Chile en ese tiempo era muy activa. Conversábamos mucho sobre el país, cómo salir de la inflación, cómo generar mayor inversión. Venían profesores de otros países latinoamericanos, entonces esas discusiones enriquecían mucho. A mí siempre me ha importado Chile y empecé a militar en el MAPU".

En esa época aparecieron algunas tensiones entre Ingrid y su padre. A ella no le gustaba que él fuera empresario - "tenía esa idea obsoleta de que las empresas maltrataban a los trabajadores"- , y él no aprobaba su militancia política. "Le cargó que yo fuera de izquierda. Discutíamos. Ellos iban a las marchas de Alessandri y yo a las de Allende y él me desafiaba de por qué yo no iba con ellos. Pero yo había descubierto un mundo que no podía cambiar por nada, que era esta vida, esta gente con ganas de hacer cosas. Lo que pasó en la Unidad Popular para mí era un fenómeno social maravilloso". No imaginaba entonces que llegaría años después a ser la encargada de las finanzas del comando de la Primera Presidenta de Chile y a tener un cargo ministerial.

Los tiempos de la universidad también correspondieron a la época en que empezó a formar familia. Estaba en tercer año de universidad cuando se casó con Alejandro Saint-Jean, quien trabajaba entonces en Entel. A los 21 años, tuvo a su primera hija, Carola, y cuando egresó se embarazó de Felipe. Tuvo que enfrentarse a la dificultad de conciliar vida personal con desarrollo profesional.

"Cuando me casé, el plan inicial era que yo me quedara unos años en la casa con los niños, pero fue una época en que muchos ingenieros quedaron sin trabajo y despidieron a Alejandro. Un amigo me ofreció asumir como jefa de créditos de Indugas y acepté". Sus hijos tenían sólo tres años y seis meses respectivamente y la ministra casi no los veía. "Fue duro para mi marido porque no tenía trabajo y para mí, porque estaba mucho fuera de la casa. En la época no tenía teléfono, la nana iba todos los días al almacén de la esquina a llamarme para decirme cómo estaban los niños. Yo entraba a trabajar en el centro a las ocho de la mañana y llegaba a mi casa a las siete de la tarde. Era sacrificado, muy duro trabajar sin saber cómo estaban los niños".

Al año y medio, Ingrid se fue a ayudar a su padre como gerente de administración. Pero el hecho de que fuera hija del presidente de la empresa generó tensiones en la compañía, así que la economista se cambió. Obtuvo un cargo como ejecutiva de cuenta en la oficina chilena del Republic National Bank of New York. Ese puesto fue clave en la vida de Ingrid, ya que despertó en ella para siempre el deseo de desarrollar una vida profesional propia. "Sabía harto inglés, entonces me iba súper bien. Me encantaba trabajar ahí", dice. Pero el cargo exigía horarios de trabajo complicados para una madre de familia. "No existía el canje de cheque, era todo manual y había que hacer turnos. Una vez a la semana salía a las diez u once de la noche", cuenta. Fue entonces que le ofrecieron a su marido ser gerente general de la compañía Telefonica del Sur y la familia se mudó a Valdivia. "Me costó hacerme el ánimo, pero dejé mi trabajo. Y ahí empezó el calvario desde el punto de vista profesional".

En Valdivia, no encontró un empleo en el mundo de las finanzas, pero sí consiguió hacer clases de economía en la Universidad Austral. Aún así, algo le hacía falta.

- ¿Usted necesitaba trabajar?

- No, pero ya no me acostumbraba en la casa. Se dio una situación en que tenía que asumir más ese rol de atender visitas, comprar, ser muy dueña de casa. Soy buena dueña de casa y lo hago con gusto, pero quería trabajar. A esas alturas ya había hecho mi carrera en el banco. Cuando uno trabaja, se realiza, lo pasa bien, tiene sus tiempos, sus espacios, sus amigas, su ambiente. Pasaron dos años en que me dediqué mucho a los niños y luego nos separamos. Me vine a Santiago.

- ¿Siente que tuvo que elegir entre su vida personal y su vida profesional?

- No elegí, sino que no fue compatible. Creo que lo que ha pasado en los últimos 50 años es un cambio sociocultural que tenemos que enfrentar hombres y mujeres juntos. De hecho, muchas veces los hombres cuentan que sus mujeres no los dejan lavar los platos o bañar a los niños. Es un problema integral. A nosotros, con Alejandro, creo que nos pasó que él, siendo gerente general de una empresa grande, necesitaba una señora que tomara un rol más tradicional y yo no iba para allá. Yo ya estaba acostumbrada a mi autonomía. Quise seguir mi propio camino. No fue racional, sino que sentí una necesidad muy fuerte de vivir de otra manera la vida que estaba llevando. No me acostumbré a ese estilo tradicional de ir al supermercado todas las semanas, preparar la comida, atender gente. Empecé a engordar, a deprimirme. El quería otra guagua, yo no. Me pidió que dejara de trabajar definitivamente y a mí me dio miedo. No me atreví".

Ingrid dejó el sur para volver a trabajar a Santiago como gerente de finanzas de Canal 11. Tenía 30 años.

- ¿Se sentía sola o aislada por ser una mujer en un mundo predominantemente masculino?

- Sí, puede ser. En una época, porque cuando eres ejecutivo de alto nivel muchas veces no te toca interactuar con tus pares y te sientes tomando muchas deciciones que no tienes con quién conversar.

- ¿El hecho de ser mujer le causó dificultades?

- Sí, tiene sus costos. Por eso he ido con los años tomando una actitud de mayor conciencia de género y estoy más resuelta a apoyar a las mujeres para que no les pase lo que me pasó a mí. Yo no podía hacer las cosas que quería porque no me dejaban. No asciendes, no te suben el sueldo. No ocurre no más. Estuve años ganando el mismo sueldo. No me pagaban lo mismo que a los hombres y no tenía las mismas posibilidades de ascender. Siempre me iba bien, tenía buenos cargos, pero por ejemplo cuando volví de Valdivia me ofrecieron volver al Bank Republic, pero en el mismo cargo. Dije que no.

Decidió independizarse. "Estudié marketing y puse una consultoría. Durante un viaje en camping le comenté a la persona que era mi pareja que quería tener Ingrid Antonijevic Compañía Limitada. Él me dijo te voy a pagar uno de tus sueldos durante un año para que lo hagas. Alcanzó a pagarme dos meses porque me fue bien muy rápido y ganaba mucho más. La gracia es que tenía horario libre y si mis hijos tenían una presentación a las 11 de la mañana podía ir". Era el año 1988. La muerte de su padre, dos años después, la llevó a asumir la presidencia del Holding Punta de Lobos hasta la venta de la empresa. Hoy tiene una nueva consultora - la administradora de inversiones Adin S.A., de la cual también son socios sus hijos- y además abrió hace dos años el restaurante vegetariano Bambú. Un lugar acogedor que nació de su apego a la filosofía zen, en la que se ha apoyado en los momentos dificiles. "Medito hace muchos años. Al principio lo llamaba descompresión, porque era como cambiar el switch. Llegaba cargada de tensiones de la oficina y los niños empezaban que el sticker, que el lápiz. En vez de contestarles una pesadez, me iba a la pieza diez minutos a meditar y salía renovada. Ahora estoy más integrada con mi ser interior".

- ¿Pero eso cambia su vida cotidiana?

- Creo que sí. Me cunde más el tiempo, vivo más tranquila, trabajo más y no me importa. Estoy contenta. Mucha gente me dice ¡Encontraste pareja! ¿Por qué? les digo. Porque estás radiante, me dicen. Pero no es porque tenga pareja. No ando buscando. Soy así, feliz.

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Foto:Héctor Yáñez.


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