José Zahonero en el contexto del naturalismo español


Dr. José Antonio Bernaldo de Quirós Mateo
Profesor de Secundaria (I.E.S. Jorge Santayana, Ávila)


 

   
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1. José Zahonero

Nació en Ávila en 1853. Cursó estudios de Medicina y Derecho en las universidades de Granada y Valladolid. De ideología republicana, tomó parte en los acontecimientos políticos del 4 de enero de 1874 en defensa del gobierno de la República (recuérdese que Pavía había disuelto las Cortes el día anterior). Al restaurarse la monarquía, abandonó España. De vuelta en nuestro país (¿1877?) fue redactor de varios periódicos madrileños, y se distinguió como partidario del nuevo estilo naturalista, que defendió en diversos artículos. En 1881 publicó su primera obra, Zig Zag, recopilación de cuentos y artículos. Con ella empezó a destacar como cuentista: en adelante sus cuentos serán solicitados por las mejores publicaciones españolas. En 1884 publicó La carnaza, su obra más conocida, dando lugar en los años siguientes a una fructífera carrera como novelista. Plenamente integrado en la vida literaria madrileña, participó a lo largo de los años en diversos actos literarios del Ateneo (lecturas de poemas, debates, conferencias...), y gozó de la amistad de numerosos colegas, entre ellos López Bago y Galdós1. Durante todos estos años compaginó la tarea de novelista con la de prolífico periodista2.

A finales de siglo se convirtió al catolicismo, hecho que “dio bastante pasto a conversaciones y artículos”, según Polo Benito (1928: 10). Añade el mismo autor que no puede hablarse de conversión, ya que Zahonero anteriormente era cristiano, aunque no practicante:

El renombrado cuentista es fervoroso católico, apostólico, romano, aunque cierto día díjome muy entristecido que en esto había pasado por breve tiempo de desvío. Tibieza en la actuación, olvido y abandono en las prácticas, por absorción en el aborrascamiento de un ambiente político y literario cargado de podredumbre.

De su nueva fe resultó apasionado practicante y público defensor, hasta su muerte, ocurrida en Madrid en 1931.

Zahonero, como ha ocurrido con otros compañeros de generación, ha ido cayendo en el olvido del gran público. En los últimos años asistimos a la recuperación de algunos de ellos (Eduardo López Bago, Jacinto Octavio Picón, José Ortega Munilla...), pero la obra de Zahonero, según nos recuerdan Lyssorgues (1988) o Rubio Cremades (2001), está aún por revisar. Ahora bien, anotemos como un primer paso la monografía de Pura Fernández sobre López Bago (1995), en la que hace múltiples referencias a nuestro autor.

 

2. La aclimatación del Naturalismo en España

El Naturalismo, apoyado por los sectores de izquierda de la cultura, se enfrentó en España con una firme resistencia por parte de los sectores conservadores, que veían en él la disolución de los valores cristianos. Este proceso comenzó a principios de la década de los 80, cuando se fueron dando una serie de pasos tendentes a su aclimatación en nuestro país. He aquí los principales3:

-La traducción en 1880 de varias novelas de Zola.

-La aparición de La desheredada, de Galdós; la crítica a la misma por Clarín vino a ser un manifiesto teórico del Naturalismo en España.

-La aparición de Un viaje de novios, de Pardo Bazán (1881), cuyo prólogo es otro manifiesto del movimiento.

-Discusiones en el Ateneo (finales de 1881-principios de 1882) sobre el Naturalismo.

-Publicación efímera de la revista Arte y Letras (desde agosto de 1882), propiciada por Galdós, Sellés, Clarín, etc.

-Artículos de Clarín (en La Diana) titulados Del Naturalismo (1882).

-Publicación por Pardo Bazán, desde noviembre de 1882 de La cuestión palpitante.

-Publicación efímera de la Revista Ibérica (desde abril de 1883), por Clarín, Jacinto Octavio Picón, etc.

-Homenaje a Galdós por el Bilis Club (1883), que fue una multitudinaria manifestación pública de apoyo al autor de La desheredada. En ella, según Pattison (1965: 95), “nació la idea de un centro de propaganda naturalista”.

-Otros artículos dispersos en diversas publicaciones, con réplicas y contrarréplicas sobre el naturalismo y la finalidad docente o no del arte.

Sin embargo, exceptuando algunos ensayos serios, como La desheredada, de Galdós, lo que se practica en España no es un auténtico naturalismo zolesco; es una fórmula conciliadora que permite tomar algunos recursos formales de Zola sin seguir su doctrina ideológica (ateísmo, positivismo, determinismo). Practican este sincretismo, por ejemplo, Pardo Bazán o el marqués de Figueroa (véase Pura Fernández, 1996).

La presencia de Zahonero en esta fase de aclimatación del Naturalismo fue muy señalada, y unánimemente reconocida en su tiempo. He aquí, por ejemplo, el juicio de Andrés González- Blanco (1909: 701):

D. José Zahonero, hoy propagandista católico de gran empuje, escribió en sus primeros tiempos novelas naturalistas muy apreciables y apreciadas, y dignas de serlo por la justeza de detalles y estudio de los caracteres, entre las cuales descuella La carnaza.

En nuestros días, Pura Fernández (1995: 158) nos recuerda que el abulense fue “uno de los autores que con mayor prontitud aclamó la poética naturalista”. Destaquemos, por ejemplo, que el 15 de septiembre de 1880 publicó en La Unión el artículo Emilio Zola, después de que varios periódicos se lo rechazaran; y en mayo de 1881 publicó el artículo Naná; en ambos se muestra firme partidario de Zola, su nueva novelística y sus deseos de transformación social. Zahonero, al ser ambos textos reeditados en Zig Zag, recibió una carta de felicitación del mismísimo Zola, según informó El Imparcial el 12 de mayo de 1882 (Veinticuatro diarios, IV: 508). Tras ello, en 1881-1882, nuestro autor fue uno de los ponentes en los debates del Ateneo a que hemos aludido antes, junto con Leopoldo Alas, Urbano González Serrano, V. Colorado y el padre Sánchez (Pattison, 1965: 41) .

En la obra miscelánea Zig Zag, ya citada, incluyó Zahonero (pp. 109-263) su primera novela, titulada Un enamorado a bordo. Es una novela de tesis en la que aparecen algunos rasgos habituales en las novelas naturalistas, como el anticlericalismo, la denuncia del fanatismo religioso, la denuncia de la trata de mujeres, las escenas truculentas (se produce una discusión entre los miembros de un matrimonio, que acaba con la muerte de ambos)... Uno de sus temas centrales es la situación de la mujer en la sociedad de su tiempo, tema capital en la narrativa naturalista4. Con todo, no se trata aún de una novela naturalista. Por otra parte, es una obra artísticamente fallida: los sucesos aparecen deshilvanados, los personajes -buenos y malos- están superficialmente creados, el estilo es poco fluido y el discurso se sobrepone demasiadas veces a lo narrativo.

 

3. El Naturalismo radical

El panorama del Naturalismo español cambió a partir de 1884, cuando López Bago adoptó por completo los principios ideológicos y estéticos de Zola y publicó La prostituta, convirtiéndose, en palabras de Alejandro Sawa, en el “campeón del naturalismo radical”5. Surgió así un movimiento, un grupo de escritores, que no sólo defiende la praxis novelística de Zola, sino que comparte sus principios ideológicos. Dentro de esta tendencia, según Pura Fernández (1995: 98-108), los más radicales serán López Bago y Alejandro Sawa, seguidos con más moderación por Zahonero, José de Siles, Sánchez Seña, Vega Armentero y E.A. Flores; y ya algo más alejados encontramos a otros como Ortega Munilla y Martínez Barrionuevo. Este grupo consiguió -sobre todo López Bago- éxito de público, pero ataques de la crítica, así como censura por parte del conservadurismo (varias obras de López Bago fueron perseguidas judicialmente).

Se puede discutir, como hace Mercedes Etreros, si el movimiento de López Bago es un verdadero Naturalismo o no6, pero es indudable que es en España lo más próximo a Zola, aunque en la práctica narrativa a veces tanto él como sus compañeros abandonen algunos de los postulados del maestro francés.

Zahonero, cuyos presupuestos ideológicos (republicanismo, anticlericalismo) le permiten compartir en gran medida la ética de Zola, forma parte de este movimiento desde La carnaza (1884), su obra más conocida por la crítica. Su compañero Alejandro Sawa cita esta novela como su modelo (en lugar de La prostituta, de López Bago):

En mi primera época hacía novelas truculentas, de un realismo zolesco exagerado, por el estilo de Zahonero el de La carnaza y Ubaldo Romero Quiñones el del Lobohumano, cosas de que hoy me avergüenzo.7

Tanto Mercedes Etreros como, sobre todo, Pura Fernández se refieren varias veces a La carnaza en su estudio del Naturalismo radical. La segunda (1995: 104) recalca la deuda de esta novela con Zola:

Y es que Zahonero lleva su admiración por Zola hasta el extremo de utilizar el título con que se tradujo en nuestro país La Curée (1871) para su novela La Carnaza. Los paralelismos entre esta obra y la del maestro francés son evidentes; Zahonero reproduce la relación entre Renée y Maxime a través de la pareja de Blanca y Rafael, y hasta el detalle del matrimonio de conveniencia urdido para ocultar la deshonra de un aborto entrelaza las novelas.

En los años siguientes la camaradería de Zahonero con López Bago es obvia para todo el mundillo literario. No sólo son amigos personales, sino que publican juntos (con Conde Salazar) la primera obra española que, según señala Botrel (1988: 185), llevó en portada el calificativo de “naturalista”: las Narraciones naturalistas. En carne viva (1885). Ambos publican en la “Biblioteca del Renacimiento Literario”, foco de difusión del Naturalismo radical8. Más adelante ambos publicaron en la “Biblioteca Demi-Monde” (derivada de la revista del mismo nombre), dirigida por Luis París9.

Citemos un testimonio muy valioso: el de Rubén Darío, que habla del talento de estos escritores, pero censura su excesiva dependencia del modelo francés:

Al surgir victoriosos estos nombres [Pardo Bazán, Alas, Palacio Valdés], un grupo en que bien podía haber un talento igual, mas no certera orientación, se presentaba, en el deseo de hacer algo nuevo, de encauzar en España la onda que venía de Francia. Era la época del naturalismo. Nadie se atrevería a negar el valer mental de López Bago, de Zahonero, de Alejandro Sawa; pero la importación era demasiado clara, el calco subsistía. López Bago, en cuya buena intención quiero creer, tuvo un pasajero éxito de escándalo y de curiosidad [...]. Zahonero siguió un naturalismo menos osado. Sawa, muy enamorado de París y más artista, se apegó a los patrones parisienses, y produjo dos o tres novelas, que aún se recuerdan.10

Como vemos, Rubén Darío consideró a Zahonero más moderado que López Bago. La misma opinión sustentan los distintos críticos que se han referido al abulense. Pura Fernández (1995: 104) da una explicación muy acertada: aunque Zahonero condena el fanatismo religioso y se muestra anticlerical, conserva “un sedimento de creencias católicas [...] que acortan el alcance de sus teorías naturalistas”. Esta explicación se revela como cierta si tenemos en cuenta el testimonio de Polo Benito, antes aducido, sobre la fe religiosa de Zahonero.

Dadas las inquietudes críticas y renovadoras de Zahonero, es lógico que fuera uno de los autores incluidos por Luis París en su obra Gente nueva (¿1888?), donde figuran también Sawa, López Bago, Mariano de Cavia, Joaquín Dicenta, Silverio Lanza... Se podría hablar, como hace Allen Phillips (1976: 53), de una generación de 1885, formada por estos autores, nacidos en los 50 y 60, todos ellos rebeldes y disconformes, intermedios entre la generación realista de Galdós y la generación del 98; y, desde luego, de bastante menor categoría literaria.

El grupo de Gente Nueva más adelante se convirtió en el grupo de Germinal, revista dirigida por Joaquín Dicenta; pero según mis datos Zahonero ya no estaba con ellos.

 

4. Un ejemplo de novela naturalista: La vengadora (¿1889?)11

4.1. Sinopsis

Los cuatro primeros capítulos transcurren en Segovia; los restantes, en Madrid.

I.- El vagabundo Celipe recibe el encargo de un cadete (Fernando) de llevar secretamente una carta a la joven Juanita. Mientras llega el momento de entregarlo, espera en casa de su tío Frutos, zapatero remendón, que -casualmente- conoce el secreto del nacimiento de Juanita: hija de unos amores ilegítimos, fue entregada a la inclusa, pero luego recogida por su verdadero padre. Celipe, finalmente, cumple su encargo.

II.- Juanita lee a solas la carta. Nos enteramos de su situación familiar: su padre está paralítico y casi sin facultades mentales; su madrastra y hermanastro la aborrecen y maltratan. Lleva una vida pobre y monótona. Feliz por la carta recibida, se hace ilusiones acerca de una posible boda con Fernando, con quien podría escapar de las estrecheces económicas y de las persecuciones de su madrastra.

III.- Prosiguen los intentos de galanteo del joven Fernando, apoyado por el hermanastro de Juanita, al cual no le importaría la deshonra de la joven. Una noche consigue penetrar en la casa y entrevistarse a solas con Juanita. Ambos se juran amor, aunque Fernando sólo persigue una aventura juvenil.

IV.- Fernando y Juana reiteran sus encuentros secretos; en un cierto momento, Fernando, impulsado por la pasión, encuentra insuficientes los besos e intenta pasar más adelante, pero Juanita le resiste. Sin embargo, los amores -seguramente a causa del hermanastro- llegan a oídos de la familia. Llena de ira, la madrastra decide mandarla a Madrid. Lleva una carta de recomendación de un canónigo de la localidad, amigo de la familia, en la que se informa insidiosamente de la condición de la chica.

V.- Gracias a la carta, dirigida a un caballero llamado don Antonio, Juanita entra a servir en la casa de los señores de Saltierra, quienes, a pesar de su santurronería, la tratan con frialdad y clasismo. La situación empeora cuando reciben la visita de la madrastra, que difama a Juanita. Finalmente, abandona la casa al ser una noche asaltada su habitación por el amo, aunque ella consigue resistirle.

VI-VIII.- Don Antonio consigue que la acepten en una casa mejor, la de un matrimonio de marqueses, donde es contratada como camarera. Poco a poco descubre que allí no es oro todo lo que reluce: los marqueses gastan sin tino, y cada uno tiene sus aventuras amorosas secretas. Aunque el carácter de la señora es muy voluble y arbitrario, Juanita se gana su confianza y prospera: recibe regalos, se hace más refinada en sus gustos y sus vestidos... Pero finalmente deja la casa al ser un día injuriada por la marquesa.

IX.- Se centra este capítulo en la figura de Vober, pianista que visitaba la casa de los marqueses, y a quien don Antonio pide que dé clases a Juanita.

X.- Juanita, que vive en un sotabanco con una familia humilde, ha encontrado trabajo como peinadora. Acude a Vober para pedirle que sea su profesor, pero él se excusa. Cuando ella sale, Vober es visitado por el adinerado joven Villa-Céspedes, que está encaprichado de Juanita. Después de comer, acuden medio embriagados a casa de Juanita, que percibe sus malas intenciones, lo cual le da miedo pero al mismo tiempo la atrae. Pocos días después, en un paseo por el Retiro, se encuentran Juanita y su pretendiente, y poco a poco entablan una relación. Finalmente, Juanita accede a convertirse en su entretenida. Después de una temporada en un hotelito mantenido por él, empieza la pendiente abajo: fue (pág. 282) “la mercenaria de lujo, la mercenaria de alquiler por horas, la vil mercancía del chamizo... y, por último, de amante en amante... paró donde siempre, ¡en el lecho del hospital!” En esta situación, el médico que la visita es precisamente su hermanastro, a quien ella hace responsable de sus desgracias. Inflamada por un odio sangriento, salta contra él y lo asesina. Pocos días después muere ella en el manicomio.

Juanita, al final de la novela, se ha convertido en una vengadora, dando a este término dos sentidos: el de prostituta (sentido tomado del drama de Sellés Las vengadoras, al que Zahonero alude en el prefacio); y el de persona que toma venganza.

4.2. Rasgos naturalistas 12

Las manifestaciones de Zahonero en el prefacio indican su pertenencia en el plano teórico al Naturalismo radical. Sin embargo, no lleva a la práctica todas los principios preconizados por Zola. Veamos cuáles de ellos se dan en La vengadora:

1) Observación de la realidad. El novelista naturalista estudia casos tomados de la realidad y rechaza la fantasía. Así lo defiende Zahonero (“Prefacio”, pág. 7) tras afirmar que su historia es un caso real:

Los que creemos que por la observación se encuentran los elementos de la ciencia y del arte, y consideramos incompleto cuanto fuere resultado de la agitadora, instantánea y febril imaginación, deseamos dar a nuestros escritos la apariencia de lo real.

Y ello porque, como preconiza López Bago, la misión del novelista es levantar acta de lo que ve13. Lo mismo que afirma Zahonero al finalizar el prefacio de la novela (pág. 10): “Levantemos acta de todo para que todo halle una expresión fija y clara”.

2) Determinismo. El naturalista presenta al ser humano sin albedrío, determinado por la herencia genética y el medio en que vive. Zahonero indica (“Prefacio”, pág. 9):

no parece sino que la naturaleza y la sociedad tejieron la estrecha red en que la víctima había de agitarse, condenada a implacable tormento.

Y en el transcurso de la novela asistimos a la contemplación de esta verdad. Por una parte, el origen deshonroso de Juanita hace que su madrastra y otros personajes, aplicando el lema “de tal palo, tal astilla”, teman por su futura caída (pág. 132):

Había oído también que la señora de Torreta hubo de replicar a las palabras de su prima [la señora de Saltierra] que tuviera cuidado con la muchacha, porque “de tal palo, tal astilla”. Algo semejante a lo que de continuo le había repetido a ella muchas veces su maldecida madrastra. “Anda, bribonaza... si lo tienes en la sangre... condenada, si te viene de casta!”

No está claro que Zahonero comparta esta tesis, que aparece expuesta por personajes negativos. Pero sí se ve que pone el acento en la fuerza del ambiente (igual ocurre en La carnaza, según ya indicó Mercedes Etreros). Para empezar, el peso negativo de su familia (pág. 67):

y así compadecían las gentes a Juanita, diciéndola sin rebozo alguno que no era pequeña desgracia tener que vivir entre un padre insensato, una mujer climatérica y un muchacho imbécil.

Sin olvidar el peso de la pequeña ciudad (pág. 76):

Las ciudades antiguas obligan a vivir en un aislamiento, en una soledad, que embrutecen a unos y enloquecen a otros; de una parte, la vida monótona, indiferente e inactiva de algunos; de otra, los sueños de muchos.

La vida como sirvienta es también una escuela que lleva a la persona a la perdición. Así lo expresa Juanota, una criada compañera de Juanita (pág. 137):

-¡Me caso con Dios! Si cuando una rueda, cuanto más rueda, más se ensucia por todas estas cochinas casas. Aquí se hace borracha, allí hereje, en el otro lado mentirosa.

Zahonero considera que la vida de sirviente (y en general la vida del proletariado) es una moderna esclavitud, estado que causa un grave daño moral a la persona, puesto que crea en ella una sed insaciable de vida lujosa. Es este modo de vida, en definitiva, lo que ha impelido a Juanita a dejarse caer en la red del seductor (pág. 281):

[Juanita] tuvo su tren de lujo; vistió, por fin, satisfaciendo la sed que engendra en el entendimiento de las almas que pierden la noble condición de libres, la esclavitud que prostituye y rebaja.

3) Feísmo. Puesto que se presentan casos de enfermedad social, el novelista naturalista no puede vacilar al enfrentarse con lo más crudo y desagradable de la vida social. Con claridad la expresa Zahonero al concluir la narración (págs. 286-287):

He aquí, lector, la vulgar y trágica, la sencilla y espantosa historia de Juana; historia conocida por nosotros años después de haber llegado a su término; ni en un solo detalle, ni en la más mínima circunstancia, por alarde de arte o pretensión de filósofo, hemos mentido; antes, por el contrario, fue para nosotros rudo y difícil proceso de trabajo... Que también la pluma que se ofrece para tu recreo, por amor a la verdad huye, a prueba de grandes angustias, de la prostitución del pensamiento, y es prueba de valor tratar en su verdadera entonación los hechos más vulgares, pero que son los más terribles y tristes.14

En esta novela, además de presentarnos la fealdad moral de aristócratas y plebeyos, Zahonero realiza algunas descripciones -no muchas- de realidades físicas desagradables. Por ejemplo, el estado de miseria corporal del padre de Juanita (pág. 70):

Juanita era quien le vestía y le desnudaba. Todas las noches y todas las mañanas tenía ante sus ojos la muchacha la misérrima anatomía del anciano, la desnudez cetrina, vellosa y fría de aquel cuerpo ya casi petrificado como el de un cadáver. Miraba, impresionada por honda compasión, las piernas flacas, los brazos enjutos y la torpe mecánica, el trastornado engranaje de aquellos ateridos músculos; miraba unas formas de momia que espantaban, enterneciendo el ánimo de la niña. Había que mudarle de ropa dos veces al día, tal era la suciedad del enfermo.

A un estado de degradación física semejante llega también la hija al final de su vida de prostitución (pág. 283):

La Venus momia, la mujer enflaquecida y enferma; aquel mísero cuerpo en el que subsistían las huellas de pasadas bellezas; el mísero cuerpo, despojo arrojado al montón como un desecho, tal y como el retazo de lo que fue dorada púrpura se convierte en guiñapo; aquel cuerpo, lleno de podre y dolorido, se abrasaba en la espantosa fiebre del odio...

4) Erotismo. No se trata de un erotismo deleitoso y agradable, sino que es una manifestación de enfermedad social, suciedad y vicio. Por ello, frecuentemente el novelista naturalista se centra en el mundo de la prostitución, vista como lacra social y como tragedia individual. Zahonero, aunque no rehúye las situaciones de potencialidad erótica (en tres ocasiones Juanita debe frenar el impulso sexual de sus perseguidores), rechaza que se pueda tomar su novela como pornografía. Así lo señala en el prefacio (pág. 8):

Debemos advertir que, en las páginas de este libro, a pesar de su título, que un célebre drama creó y vulgarizó15, nada hay de cuanto anhelantes buscan muchos lectores en las obras llamadas naturalistas, puesto que no deben confundirse los arriesgados atrevimientos de una escuela literaria, cuyo alcance social no se quiere reconocer, con los groseros goces de las obras de recreación pornográfica; tampoco hallarán el placer mordiente de la crítica los que persiguen la novela moderna para ensañarse con ella acusándola de inmoral, en nombre de la vieja moral clásica, a cuyo entierro se ven hoy congregadas las gentes por las ciencias del moderno positivismo.16

5) Crítica social. La novela naturalista no vale como simple pasatiempo, es un estudio serio y detallado de los problemas sociales. En La vengadora el principal mensaje que se extrae es la crítica a unas condiciones sociales que impulsan a las personas a prostituirse. Es un tema casi obsesivo para los novelistas del Naturalismo radical. Zahonero, en las últimas palabras de la novela, recalca la paradoja de que esto se produzca en un país que, llamándose cristiano, debería regirse de otra forma (pág. 287):

Así murió, en un país cristiano, en el furor y la sed de venganza, una criatura creada para la virtud y para el santo amor de la familia.

Pero hay otros muchos aspectos sociales que son censurados en esta novela. Por ejemplo, la doble vida de la aristocracia: aparente virtud y vicio verdadero. Según relato de Andrea, compañera de Juanita (pág. 151)

todas las personas del gran mundo viven dos existencias, no en diversas, sino opuestas direcciones. Una, en que el decoro se extrema; la respetabilidad se exagera; la devoción se finge; el pundonor se sustenta, al parecer, con fanático empeño; otra en que se hace gala de desenfreno; se lleva la crónica de las locuras del garito; se hace historia de las aventuras del lupanar

El hábito de la hipocresía, con todo, no es privativo de una clase social (pág. 238):

Halló una casa a los pocos días; ocupábala una familia pobre que la recibió con una complacencia aduladora: un agente de negocios, su mujer y sus hijos. Aquella casa, aparentemente pacífica, era un infierno, y jamás pudo olvidar aquellos días de tristeza bajo el poder de unos amos cuya existencia era un continuo engaño; querían pasar por ricos y a nadie seguramente afligirían de un modo más cruel las necesidades; afectaban, tanto la mujer como el marido, una extremosa rigidez de costumbres, y era espantosa la inmoralidad que pudo Juanita descubrir allí.

En el plano de la crítica literaria, Zahonero censura en varias ocasiones la literatura de folletín, que trastorna la percepción de la realidad. Dos personajes (la marquesa y el pianista) son víctimas de este desajuste.

6) Anticlericalismo. Este rasgo, habitual en el Naturalismo radical y en otras obras de Zahonero, no es importante en La vengadora, ya que el único clérigo que aparece, el canónigo segoviano, no está pintado de forma negativa. Sin embargo, sí existen personajes (los Satierra) que bajo una apariencia de virtud religiosa son mezquinos y viciosos.

Frente a todos estos principios naturalistas, falta uno bastante importante. Según Zola, el narrador debe permanecer impasible ante lo que narra, y abstenerse de intervenir con sus opiniones y valoraciones. Zahonero incumple este precepto, e incluso su presencia como narrador es, en distintos pasajes de la novela, excesiva, hasta el punto de velar demasiado a los personajes. También incumple esta norma en La carnaza, según señaló Mercedes Etreros.

4.3. Valoración literaria

Se dan en esta novela diversas cualidades, pero también desaciertos que impiden situarla al nivel de las mejores narraciones de la época.

En primer lugar destaca Zahonero en los diálogos, muy fluidos y naturales. Es una lástima que, como acabamos de señalar, en muchos momentos de la novela el narrador interviene demasiado, en lugar de ceder la palabra a los personajes.

Destaca también el abulense por su habilidad descriptiva, especialmente en las descripciones degradantes. Veamos algún ejemplo (pág. 127):

La señora de Torreta, no tan gruesa como la de Saltierra, pero muy encopetada, con el cuello tan tieso como si le tuviese de palo y sin rotación posible, tenía muy de empaque el rostro, de nariz acaballada y gorda hacia el extremo, y dos ojillos negros, encandilados, que miraban con fiereza bajo dos espesísimas y peludas cejas, casi juntas y rectas.

Sin embargo, en general, el estilo de Zahonero tiende al exceso verbal, con periodos demasiado largos, en ocasiones algo confusos; y llegando a veces incluso al anacoluto.

Podemos valorar como acierto la veracidad con que logra reflejar la humillación del débil en una sociedad dura y clasista, al mostrarnos en distintos momentos a una Juanita desvalida frente a la actitud ofensiva y despectiva de sus amas. También acierta Zahonero al mostrarnos a una Juanita que, en sus sufrimientos, se refugia en un recuerdo infantil: los años vividos en una costa luminosa y alegre, que aparece como feliz contrapunto al negro presente. Como desacierto se puede señalar la monotonía del registro, siempre serio y dramático. Ya Galdós, en su prólogo a La Regenta, en 1901, recomendaba a los naturalistas recuperar el sentido del humor y la ironía.

En general, Zahonero domina la técnica de narrar. Por ejemplo, al iniciar la novela con personajes secundarios que no volverán a aparecer, el narrador informa al lector, desde un punto de vista neutro, sobre la situación de partida: el origen de Juanita, su pretendiente... En ocasiones realiza saltos temporales, dejando silenciando algún suceso del que, a posteriori, nos informan los personajes; sabe también Zahonero dejar el tiempo en suspenso para subrayar una situación culminante. Así, cuando el joven Fernando asalta la habitación de Juanita, el narrador súbitamente interrumpe la escena y desvía la atención hacia el mágico paisaje nocturno de la ciudad (pág. 73):

Por aquella hora, nubarrones obscuros arrastrados por el viento de la sierra se prendían, desgarrábanse en parte por las dentadas alturas de la cordillera; las vetustas torres dibujaban esbozos sombríos de fantásticos e indecisos contornos; un ruido continuo, leve y cristalino de las aguas del Clamores y del Eresma, embozados por las neblinas, se escuchaba, y latía de tiempo en tiempo, a lo lejos, la argentina campana de un convento de monjas; la romancesca ciudad brindaba con sus viejos conjuntos y sus caprichosos detalles de realidad a la atrevida y medio fantástica aventura de Fernando.

Es también acierto del narrador el interés con que se siguen los avatares de la vida de Juanita, temiendo una desgraciada caída que finalmente se produce. No obstante, en el proceso de la novela hay episodios menos motivados y, casi diríamos, sobrantes, como el capítulo dedicado íntegramente al pianista, que es poco necesario para el transcurso de la acción.

 

Conclusión

Hemos querido con estas páginas recordar la figura de José Zahonero, quien, aunque ha caído en un cierto olvido, fue en su tiempo reconocido como uno de los baluartes del Naturalismo español. Su relación con el movimiento zolesco se concreta en dos aspectos: en primer lugar, su papel en los primeros momentos de aclimatación en España; en segundo lugar, su integración en el movimiento radical encabezado por López Bago. Para comprobar que, en efecto, su práctica naturalista fue menos radical que la de éste, hemos analizado someramente la novela La vengadora, donde apreciamos postulados teóricos naturalistas junto con el incumplimiento voluntario de algunos aspectos técnicos preconizados por Zola.

 

Referencias bibliográficas

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NOTAS:

(1) La Enciclopedia Hispano-Americana de Montaner y Simón (1898: XXIII, 209), obra contemporánea de Zahonero, señalaba: “Goza de gran estimación entre los literatos y periodistas.” En el apéndice de La buscona, novela de 1885, se refiere López Bago a Zahonero con estas palabras: “mi buen amigo (por tal lo tengo)” (Pura Fernández, 1995: 98). Para lo referente a la amistad de Zahonero con Galdós, véase Ortiz-Armengol, 1996.

(2) “Ha sido el colaborador más activo de cuantos periódicos y revistas se publican en España” (Enciclopedia Hispano-Americana, 1898: XXIII, 209).

(3) Sintetizamos datos tomados de Gutiérrez Carbajo (1997: 29) y Pura Fernández (1996: 107).

(4) Este tema ya había sido tratado por el propio Zahonero en su artículo Naná, donde clama por reformar una sociedad donde la mujer se ve abocada a la prostitución por enfermedad del propio sistema.

(5) En Pura Fernández, 1995: 35. Mercedes Etreros (1977) llamó a este movimiento Naturalismo erótico, denominación menos acertada porque el erotismo es sólo un aspecto más de esta novelística.

(6) Considera Mercedes Etreros (1977) que no son auténticas novelas naturalistas, por faltarles algunos rasgos esenciales de la escuela zolesca. Por ejemplo, hacen uso de un narrador omnisciente, y se alejan del impersonalismo que busca el maestro francés; por otra parte, estas novelas no consiguen una reproducción fiel de la realidad, objetivo que sí busca Zola, sino que recargan excesivamente los aspectos que quieren destacar.

(7) Se trata de un conversación de Sawa con Cansinos Assens, recogida por éste en su artículo “Alejandro Sawa, el gran bohemio”, Índice, XV, 1961. Cito por Allen Phillips (1967: 159).

(8) López Bago fue la estrella de esta Biblioteca, con varios títulos publicados y varias reediciones de cada uno. También publicaron en ella Alejandro Sawa y R. Vega Armentero. Zahonero contribuyó con dos títulos: El señor obispo (¿1886?) y La vengadora (¿1889?).

(9) Esta colección constó de 74 títulos. Según Pura Fernández (1995: 54) “combinan el atractivo del género ameno y “picante” con la brevedad narrativa, aderezada ésta con un estilo ágil y una estructura básicamente dialogada”. Zahonero contribuyó con varias obras: Por un lunar (1884), El polvo del camino (1886) y La vaina del espadín (1887).

(10) Rubén Darío: Novelas y novelistas. Cito a través de Allen Phillips (1976: 42).

(11) Editada sin fecha, no he conseguido hallar una prueba fehaciente de su datación; acepto la fecha que da Cejador (1918: IX, 330). Pura Fernández (1995: 254) la sitúa en 1884-85, fecha que por algunos indicios me parece demasiado temprana.

(12) Tanto Mercedes Etreros (1977) como Gutiérrez Carbajo (1997) proporcionan una serie de rasgos con los que caracterizar las novelas naturalistas. Los que considera Pura Fernández (1995: 109) son los siguientes: “El determinismo positivista como orden vital supremo -traducido, con frecuencia, en fatalismo mecanicista-; la fisiología como motor de la conducta de los personajes; el anticlericalismo radical; la sátira y la denuncia sociales; la concepción de la literatura como arma de combate político, filosófico y social; argumentos construidos a la sombra de la herencia folletinesca y orlados de un abrumador pesimismo; feísmo y tremendismo como revulsivos; todo esto, junto a la adopción de los temas relativos a las conductas sexuales como elemento central de las novelas, configuran el paradigma de las obras del naturalismo radical”. Considero sumamente recomendable la lectura de las páginas que Pura Fernández (1995: 108-125) dedica al análisis detallado de estas características.

(13) En La soltera, pág. 198 (Pura Fernández, 1995: 80).

(14) Pág. 289. Ya lo había dicho Zahonero en su artículo Naná: “Cumple aquí a las artes sujetarse severamente a la verdad; cumple al pintor que sirve a la anatomía y a la patología no mentir un trazado, no engañar con un hermoso pero falso color; deben emplearse el amarillo de la muerte, el morado de la gangrena, el blanco verdoso del pus [...], no el mágico y bello colorido de la salud y de la vida.” (Zig Zag, 1881: 68). Aduce Pura Fernández (1995: 76) otro texto semejante, de Vega Armentero en el prólogo de La mujer de todo el mundo, de Sawa (1885): “Algo semejante ha de ser la novela moderna; como un libro comprensivo de enfermedades sociales en el cual la exposición como el análisis se hace sin engaños y sin miedo”.

(15) Se refiere, obviamente, a Las vengadoras, de Sellés (1884), donde las prostitutas acaban vengando a las esposas traicionadas por sus maridos. Tras este drama, vengadora pasó a significar ‘prostituta’ en el lenguaje coloquial.

(16) Se trata de un párrafo muy interesante, porque indica: 1) que los lectores confundían naturalismo con pornografía; 2) que Zahonero considera que los atrevimientos naturalistas están produciendo importantes frutos sociales; 3) que las fuerzas conservadoras critican la novela naturalista por su contenido pornográfico -ausente en La vengadora-; y 4) que la ciencia moderna está terminando, según Zahonero, con la vieja moral clásica.

 

© José A. Bernaldo de Quirós Mateo 2002
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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