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(Foto Miguel Torret). |
"Ya era hora" porque hacía meses que corrían voces sobre Suárez presidente y porque Arias era un cadáver político desde hacía mucho tiempo. Durante toda su presidencia tuvo en su despacho un gigantesco retrato de Franco, que era su punto de referencia más firme y al que citaba en sus discursos más que al Rey. Quizás quisiera reformar el régimen, pero permaneció atormentado por las dudas entre sus fidelidades y su ignorancia de cómo hacerlo. Amaba hablar en privado del Rey llamándole "el niño", y decir que no lo soportaba durante más de diez minutos.
El Gobierno Suárez, que jura su cargo ante el Rey el lunes 5 de julio, no es bien recibido por nadie, ni por el búnker ni por la oposición democrática, ni por los "reformistas": ni Fraga ni Areilza quieren seguir en el Gobierno, que es conocido como el Gobierno de los penenes (siglas de la denominación Profesores No Numerarios), que quiere significar que Suárez se ha visto obligado a buscar a personalidades menores para componer el ejecutivo.
Tras un paquete de medidas económicas tomado en agosto, en el que se suprime el impuesto de plusvalías de origen bursátil, que recibe escasa atención por su "carácter veraniego" y que no impide que la Bolsa siga bajando, en septiembre el nuevo Gobierno da a la luz su proyecto de reforma política: se irá a "...las primeras elecciones a Cortes para constituir un Congreso de 350 diputados y elegir 207 senadores". Dicho proyecto debe ser aprobado por los dos tercios de las mismas Cortes y luego refrendado por los españoles. El primer paso es tremendamente difícil: ¿cómo van a votar a favor de la democracia los procuradores de las Cortes franquistas? ¿Cómo van a votar a favor de su propia desaparición?