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Argentina-Venezuela, Copa América 2016: la selección goleó, se clasificó a semifinales y Messi alcanzó el récord de Batistuta

Con dos tantos del Higuaín, otro de la Pulga, y uno de Lamela, el equipo de Martino tuvo una muy buena actuación en Boston, y el martes jugará ante Estados Unidos; Chiquito Romero atajó un penal en el que quisieron picársela

Foto: LA NACION / Aníbal Greco
Sábado 18 de junio de 2016 • 19:30
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Foto: LA NACION / Aníbal Greco

BOSTON.- Montado sobre una ideología utilitarista que abraza al éxito como un valor y desprecia lo demás, el hincha argentino promedio está ante una gran oportunidad para revisar esa concepción. Este es un momento propicio, ideal: que la Argentina juegue los grandes campeonatos hasta sus últimas instancias merece un reconocimiento que debe estar despojado de lo que pase al final del camino, aunque no resulte anecdótico el orden en el podio. El triunfo ante Venezuela -lucido al inicio, sufrido después y holgado en el cierre- instala al equipo en otra semifinal, apenas a un paso de jugar el partido decisivo de la Copa América Centenario. Como en el Mundial de Brasil, como en Chile hace un año. Tal vez en la virtud radique el problema: esta generación de futbolistas de la selección convierte en ordinario lo que definitivamente no lo es.

La Argentina jugó su mejor partido en toda la Copa América. Ni siquiera la baja de tensión que sufrió en el tramo final de la primera etapa -que le dio minutos de protagonismo a Sergio Romero- alcanzó para bajarle el precio a un despliegue colectivo interesante. Como suele realzar Mascherano, el equipo desempolvó diferentes registros: supo presionar en ataque al principio, para que la recuperación se produjera cerca del área contraria y el rival se fuera ahogando de a poco; fue perspicaz para cambiar el libreto en el segundo tiempo, bajar un cambio y dejar que Banega decida los ritmos convenientes del juego; fue paciente para pasarse la pelota de lado a lado, hasta que el hueco invitara a lanzar la daga. Todo eso ante un rival fuerte físicamente, pero superado: la cabeza siempre es más rápida que el cuerpo.

La selección se ordena a partir de la posición de Messi, el único facultado a decidir dónde, cuándo y cómo. Y el capitán, tirado a la derecha en los inicios de las jugadas, es un imán para propios y extraños: concentra la atención de los rivales, que van de a tres por él, y activa a los compañeros, que se mueven como moscas a su alrededor, atraídos por el talento del 10. Porque Messi es la miel.

El capitán es posición más influencia. Entra y sale Banega, técnico con la pelota en los pies y estratego con el mapa de la cancha en la cabeza; marca diagonales Higuaín, una de las páginas del centrodelantero que mejor conoce, y así viene un gol; abre y cierra el fuelle del mediocampo Augusto Fernández, el que empezó como sustituto de Biglia y ahora es titular por mérito propio; pica y gana Gaitán, un cohete lanzado que recuerda a Di María.

A Martino le gusta resaltar el juego coral en desmedro de la dependencia que puede generar al mejor futbolista del mundo. Hoy, en una ciudad que guardaba el agrio recuerdo de la selección vinculado al doping de Maradona, supo repartir el protagonismo entre varios. Empezó por la cuota goleadora que faltaba en Higuaín, pasó por las manos puntuales de Romero, anduvo un rato por las piernas de Augusto Fernández y las gambetas de Gaitán. Y siempre vivió en el cuerpo de Messi, santo y seña de un grupo de jugadores acostumbrado a instalarse en los escenarios decisivos.

Hoy es domingo y mañana, feriado en la Argentina: dos días libres para reflexionar sobre lo alto que esta selección ha puesto el listón de la exigencia: salir siempre en las fotos del fin de fiesta no puede ser un detalle para tirar a la basura.

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