Aquella mágica noche europea en Jena
Grandes historias de la R.D.A.
Sobre la hierba de Jena, siglo y medio después, una noche histórica tuvo lugar entrando directamente en los anales de la historia del fútbol europeo. En 1806, los ejércitos de Napoleón Bonaparte lograron en las afueras de esta bella ciudad universitaria una de sus más celebradas victorias. Fue el triunfo que permitió al pequeño gran corso consolidar su hegemonía en Europa Central. Jena no dejó de sonar desde entonces como escenario de gestas de proporciones mitológicas. Al fútbol le faltaba esa noche de épica en la ciudad para cerrar ese ciclo histórico. Fue un 1 de octubre de 1980. La noche en la que los ejércitos romanos fueron destrozados, bajo la luz de unas estrellas que un día iluminaron a Bonaparte.
El fútbol en la República Democrática Alemana siempre fue un enigma para el resto de los europeos. En ese país fabricado en los despachos de Moscú, sin ningún tipo de lógica política, histórica o geográfica, el balón era mirado siempre con mucha suspicacia. No había tradición a la que agarrarse. La mitad más importante de los equipos de la liga pertenecían al gobierno, a la policía secreta, al ejército o a compañías estatales importantes. La otra mitad intentaba sobrevivir a desplazamientos forzados, cambios de nombre constantes y la habitual política de favores hacia los hombres del régimen. Entre las acusaciones de doping y partidos comprados, nadie fuera de la República Democrática tomaba demasiado en serio su fútbol. A veces ni ellos mismos.
En Europa, sus equipos tenían números que no podían hacer sombra a sus vecinos del Oeste. Eran el patito feo del fútbol europeo. En treinta y cinco años de noches europeas, solo en una ocasión un titulo continental fue parar a manos de un emblema de la RDA, la Recopa del 74, conquistada por el Magdburg. Fue un golpe de fortuna. La progresión del equipo germano no encandiló a nadie en Europa y la final, ganada a un ya decadente AC Milan, fue catalogada como una de las más pobres de la historia. Después de ese momento, todo volvió a la normalidad. Hasta 1980. Hasta la etapa del Carl Zeiss Jena.
Donde el Carl Zeiss Jena conseguía lucirse era en la Copa de Alemania del Este, una competición donde no se percibía de forma tan notoria el control político de compra de partidos
El Carl Zeiss era uno de los equipos modestos de la liga a final de los setenta. Había tenido sus tardes de gloria en la década anterior pero tras el profundo cambio político en el fútbol de la Alemania comunista, no pudo volver a optar jamás a un titulo de campeón que se había convertido en coto privado de los equipos de la STASI, el Dynamo de Dresden y el de Berlin. En cambio, el club se hizo experto en conquistar la Copa de Alemania del Este, la competición que medía realmente el valor de cada equipo ya que los duelos no estaban tan sujetos al control político de compra y venta de partidos, como sucedía en la liga. Quizás por eso, a la vez que los campeones de liga casi siempre eran eliminados a las primeras de cambio en la Copa de Europa, la prestación de los clubes de la Alemania del Este en la Recopa tenían mucho más recorrido.
Tras de ganar la edición del 1980, el Carl Zeiss –equipo originalmente fundado por los empleados de la fábrica de material óptico del mismo nombre en la ciudad universitaria de Jena– se presentó en la siguiente temporada con ganas de noches europeas con sabor a gloria. El equipo, orientado por Hans Meyer -un joven de 38 años que haría historia años más tarde al ser el primer entrenador de la Alemania del Este en lograr el ascenso a la Bundesliga con un equipo de Alemania Occidental-, estaba repleto de internacionales que, no obstante, eran casi desconocidos en Europa. El entrenador apostaba por un claro sistema tradicional germánico de 3-5-2, con Rudiger Schunphase como líbero y líder del equipo. La ambición por lograr algo histórico y la forma organizada con la que se movían eran sus principales bazas.
Nadie daba nada por ellos, especialmente cuando el sorteo de la primera ronda –donde estuvo también el Real Madrid Castilla por única vez en su historia– les emparejó con la AS Roma como rival. El equipo italiano era sin duda uno de los mejores de Europa por entonces. Entrenados por Niels Liedholm, la estrella sueca que lideró el tridente de ataque del AC Milan en los ’50, el mágico Gre-No-Li (por Gunnar Gren, Nordhal y el propio Liedholm), contaban en sus filas con jugadores tremendos como Carlo Ancelotti, Roberto Pruzzo, Bruno Conti, Di Bartolomei, Turrone o el brasileño recién fichado Paulo Roberto Falcão. Los Giallorossi estaban destinados a la gloria y el partido le parecía un mero trámite a la prensa italiana. Al final, eran los máximos favoritos para la conquista del trofeo. Su triunfo categórico por 3-0 en la ida parecía dejar la cuestión sentenciada. Fue un encuentro sencillo y donde la superioridad italiana quedó evidente. Los tantos de Pruzzo, Ancelotti y Falcão no dejaban margen para dudas. Aún así, a los germanos les restaba un último soplo de aire en el cuerpo. Una ultima bala. Bajo su propio cielo, cercados por sus gentes, estaban dispuestos a vender cara su eliminación.
El 1 de octubre de 1980, prepararon sus armas, sus trajes y dispusieron sobre el césped su plan de batalla. La Roma entró en campo con la tranquilidad de los que ya se saben ganadores, pensando quizás más en el partido de liga contra el Inter que en ese tramite europeo. El Jena no tenía nada que perder. Salió con todo, empujado por su afición. El primer tanto llegó pronto, a los veinte y cinco minutos, un disparo de fuera del área de Krause que Tancredi, el mítico portero romano, no supo trabar. Diez minutos después, otro gol de los alemanes, que parecían demonios desatados. Centro largo al segundo palo, cruce al corazón del área pequeña y toque sutil de Lindemann. Estaba la eliminatoria prácticamente igualada. Faltaba un milagro para los alemanes. Un milagro que llegó de los pies de Andreas Bielau en el segundo tiempo. El delantero de 22 años entró lanzado, a treinta minutos del final del partido, para hacer historia. Con la camiseta con el 15 a la espalda, aprovechó un error de marcación de la defensa italiana para empatar las cuentas antes de marcar el gol decisivo, a tres minutos del final, con una magnifica volea.
Los tambores de guerra se volvieron a escuchar una vez más en Jena para celebrar el triunfo. La Roma, la todopoderosa Roma, volvía a casa destrozada con un resultado que nadie esperaba. La prensa italiana no perdió el tiempo en acusar a los jugadores del Carl Zeiss de estar dopados. “Corrían como locos”, dijo más tarde Pruzzo, “no era normal lo que hacían”. La verdad es que el dominio de los alemanes fue absoluto al largo de todo el partido, pero en esas épocas el factor casa era tremendamente importante para decidir eliminatorias europeas. La Roma lo sabía tan bien como cualquiera.
Para probar que no fue un accidente del destino, el Jena prosiguió su camino hasta la final, eliminando después al Valencia (un 3-1 en Alemania que los ‘Ches’ no supieron remontar en Mestalla), al Newport County galés y al Benfica en semis ,con otro triunfo en casa y derrota fuera de su estadio. La final, disputada el 13 de mayo del 81, tuvo lugar a unos pocos centenares de kilómetros de Jena, en Dusseldorf. Aun así, el club no pudo contar con el apoyo entusiasmado de su público. Como era tradición en la época, los servicios secretos de los países comunistas elegían solamente un pequeño grupo de fieles militantes para los duelos europeos fuera de sus fronteras. Su rival, el Dinamo Tiblisi soviético, tampoco podía contar con el apoyo de los suyos y quizás por eso en el Dusseldorf no estaban mas de cinco mil personas para ser testigos de la segunda final europea de la historia entre dos equipos del bloque soviético.
Fue un partido de muchos nervios donde estaba en juego mucho más que el balón. Era casi una cuestión política. El Carl Zeiss se adelantó en el marcador a la hora de juego, por mediación de Gerhard Hoppe, pero los georgianos estuvieron siempre por encima de los acontecimientos y lograron la remontada a cinco minutos del final. Fue su único titulo europeo, el segundo para el fútbol soviético. Para los alemanes, la derrota en la final no fue suficiente para olvidar la memorable campaña europea y, sobretodo, su triunfo histórico ante los gigantes del Calcio.
La Roma, que había caído desastrosamente ante el Carl Zeiss Jena, conseguiría ganar el Scudetto en 1983 y rozar la Copa de Europa al año siguiente. El Carl Zeiss, terminaría cayendo en el olvido
La Roma cayo de forma inesperada, pero su mayor drama lo vivió a finales de año. Un polémico arbitraje a favor de la Juventus en el duelo directo entre los dos equipos, con la anulación de un gol claro de Turone, marcó el inicio de una serie de sospechas sobre los títulos conquistados pela Vecchia Signora que se harían más evidentes al año siguiente, el año de la ‘Gran Ruberia’ contra la Fiorentina. Aun así, el equipo de la loba supo dar un paso adelante, ganando finalmente la liga en el 1983 y llegando al siguiente año a la final de la Copa de Europa, perdida en su propio estadio, contra el Liverpool, en la tanda de penaltis.
El Carl Zeiss Jena jamás volvió a soñar tan alto. Después de esa final perdida en Dusseldorf, volvió a la obscuridad en la Oberliga germana y cuando el muro de Berlín puso punto y final a la división germana, el equipo siguió el destino de tantos otros cayendo en el olvido del fútbol alemán, donde todavía sigue acordándose de esa noche de gloria en Jena. De esa batalla que si supieron ganar…
Miguel L. Pereira
Twitter: @Miguel_LPereira
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