Posada Emaús… Casa de la Misericordia

 

Pbro. Elí de los Ángeles Quirós López

Vicario de Comunicación, 

Diócesis de San Isidro

 

Quien visita la Posada Emaús, sólo necesita unos segundos para empezar a respirar aquel saludo franciscano de “pax et bonum”, este lugar es sin duda Casa de la Misericordia…; tras el caminar pausado de un Fray Francisco Matamoros siempre sonriente y de gran ánimo, actual administrador, se esconde con gran fidelidad el genuino espíritu de los fundadores, y me atrevería a decir, el espíritu del mismo Evangelio.

Esta obra de la Iglesia, tiene por objetivo llevar amor, comida, techo y respeto a los más necesitados; ubicada en San Vito de Coto Brus, por más de dos décadas ha ido silenciosamente dibujando una sonrisa en medio del dolor de aquellos que han tocado a su puerta, puerta que siempre está abierta. Abierta para los más desposeídos, abierta para aquellos que asisten al hospital con sus familiares enfermos y que debido a la lejanía de sus hogares o carencia de recursos no tienen dónde comer ni dormir. 

 

Una obra de misericordia

En el corazón del sacerdote focolarino de nombre Giandoménico Catarinella (qdDg), se gestó esta obra de misericordia; su profesión como médico, pero ante todo su particular santidad, le llevó a amar a los indígenas con especial afecto. Las grandes obras tienen grandes aliados, es entonces cuando Dios pone en el camino al Pbro. Chemita (como se le conoce cariñosamente) quien junto a un grupo de laicos trabajan por hacer realidad el sueño que se gesta en el corazón. Estos hermanos y hermanas, son interpelados por la realidad de tanta gente que agudizan su debilidad corporal al pasar en cartones las frías noches, teniendo por cama las aceras ante la imposibilidad de un hospedaje y sus estómagos vacíos. Es así, como en 1995 logran inaugurar la “casa” con ayuda local e internacional, el Padre Giando como se le decía de cariño, nunca descansó en su máxima, que decía: “quien dé un vaso de agua por amor a Dios, ganará la gloria”.

Servir, nunca ha sido fácil; entonces, nos preguntamos ¿qué mueve a Fray Francisco? y ¿qué mueve a tantas personas que colaboran con esta obra por medio de sus aportes económicos, en especie o incluso con su trabajo?... El mismo Fray Francisco nos dice que sólo se logra entender el servicio en la medida que lo vemos con fe y nos disponemos a que miren a Cristo y no a nosotros mismos; “cuando nos encontramos un necesitado, desde el punto de vista humano no podríamos ir a descansar tranquilos sin antes servir; ahora, desde el punto cristiano mucho menos, porque sería un pecado”, puntualizó. Así entonces, queda claro que el único motor que mueve el corazón, es Jesús y su enseñanza de la misericordia, como lo dice el fraile: “es el amor a mi hermano, sino no podría dormir tranquilo.” Este amor, es el que realiza, y por ello doña Zaida Rodríguez (de la junta administrativa) nos dice: “servir acá, lo hace a uno sentirse realmente feliz”.

 

Historias…

Historias que parten el alma, son muchas las que uno conoce al visitar esta Casa de Misericordia, Fray Francisco nos comparte algunas, y con mirada fija que se pierde entre el pequeño bosque junto a la casa, nos dice: “una noche llegaron con un niño desnudo, envuelto tan sólo en un pedazo de manta, con un día de nacido, sus padres indígenas del hermano país no tenían trabajo y por tanto tampoco comida; cuánta felicidad saber que por medio de la Pastoral Social pudimos devolver calor a una familia…, este nacimiento yo lo comparé con el del Mesías: peregrino, sin casa y sin nada…” 

El año pasado, nos comentan que se atendieron 2500 personas, y todo gracias a la noble obra del Pueblo de Dios, que con sus ofrendas han hecho posible el sueño del querido Padre Giando; esta atención ha sido sin distinción alguna, sólo se mira a la persona necesitada a la que se ama por ser hijo de Dios; razón por la cual doña Dora Emilia, quien pertenece a la junta administrativa no duda en afirmar: “todo es obra de Dios, aquí todo se mueve por la misericordia del Padre…; uno tiene que aprender de la Posada…, para mí, es una gran escuela de amor, de misericordia y de caridad”, finalizó doña Dora.

Fray Francisco recordó que el diálogo es esencial para servir a quien más necesita, nos dirigimos por su nombre identificándolos como persona, y sin pasar leyéndoles la Biblia todo el día, la sola presencia les hace entender que esta obra es de parte de Dios; “nos dejamos inculturalizar e interpelar por ellos; es un placer poder servirles, dándoles aquello que necesitan o desean; es así como vamos catequizando y como vamos diciendo que la persona que sufre tiene valor porque es el rostro de Cristo”. 

Para terminar, creo necesario y propicio recordar que es nuestro deber poder colaborar con estas obras de misericordia, y quizá esta frase de Fray Francisco nos impulse a decir: yo también quiero ser parte de la Posada Emaús… “La santidad del Padre Giando y las virtudes del Padre Chemita, han favorecido el que nosotros estemos acá…, Chemita en una reunión dijo: ya la casita esta por acá y estamos nosotros; ya la administración y todo lo que es comida y todo… se lo dejamos a la Divina Providencia porque no tiene presupuesto”.

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