Desde muy joven demostró su temple y valor personales. Fue uno de los asaltantes al Cuartel San Carlos en 1928, por lo que fue a parar a las cárceles gomecistas durante siete años. En el gobierno de López Contreras fue secretario privado de su estado natal y diputado, a la vez que comenzó su pasión periodística como articulista, manteniendo esta disciplina por medio siglo. En 1940 comenzó a hacerse tachirense. Los negocios lo obligaron a vencer la Selva de San Camilo y con el ímpetu de sus cuatro décadas de edad, su voz empezó a escucharse en la Cámara de Comercio, siendo vocal de su directiva y fue el primero en plantear, la necesaria conversión de la Caja de Ahorros para fundar el Banco Táchira. Estableció la sociedad mercantil Betancourt & Orozco e inició su activismo político a favor del general Medina Angarita. Se apasionó del mundo del poder y volvió a la tribuna pública en diciembre de 1944, para irse como presidente del Estado Barinas, cargo que retomó luego del golpe de Estado del 24 de noviembre de 1948. En noviembre de 1950 estaba al frente del Demócrata Sport Club de San Cristóbal, para luego encabezar el Club de Leones en su permanente tarea filantrópica.
Caída la dictadura perezjimenista, su amigo Santiago Ochoa Briceño, lo nombró secretario general de Gobierno, donde estuvo apenas semanas, pues le fue ofrecida la presidencia del Banco de Fomento Regional Los Andes, asumiéndola el 24 de febrero de 1958. Aquí hizo obra notable, primero en la expansión de la institución por el occidente venezolano, construyendo su sede de La Concordia en 1971, durante su segunda gestión. Naciendo la Democracia, presentó al candidato Rómulo Betancourt en noviembre de 1958, en un foro realizado en el Salón de Lectura. Presidió la Cámara de Comercio del Táchira entre 1967 y 1968.
Llanero y tachirense por todos los costados, fue tozudo y humilde en extremo. Escribió siempre en la prensa y mantuvo sus empresas Baritachi, Ganadería Betansosa e Industrias Andillano, las que fortalecieron su diario laborar, advirtiéndose que jamás se sumó al programa estatal de condonación de deudas, pagando hasta el último centavo de lo que solicitó ante los bancos. Asistente perpetuo de cuanta actividad iba en pro del Táchira, con su figura enjuta, cual quijote con mefistofélica barba que dejó crecer en el crepúsculo de su vida, también hizo buen hogar con su esposa, doña Olivia Ramírez, sembrando la savia de sus mayores en sus descendientes, sabedores de semejante legado. Los años lo convirtieron en una voz de la conciencia tachirense. Su verticalidad y honestidad pasaron afortunadamente todas las pruebas. Manejó con escrupulosidad los dineros ajenos y se dedicó a reflexionar y a escribir sobre su llano. Publicó varios libros de orden histórico e integró el Centro de Historia del Táchira.