J.J.ROUSSEAU.



La filosofía de Rousseau es, en general,  un «no» decidido  a los valores culturales de la sociedad de su tiempo y a los ideales ilustrados.

En el  Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, se apunta la idea central de su pensamiento. El Contrato social constituye la otra gran obra de su teoría política.

El Discurso es una crítica a la sociedad civil (la divisa de la Revolución francesa -«libertad, igualdad y fraternidad» no estaba lejos de los ideales políticos plasmados en sus obras) y a sus fundamentos. La desigualdad entre los hombres es  base de la sociedad civil,  origen de los males del hombre y la que lo corrompe.

La hipótesis del estado de naturaleza había sido defendida, desde perspectivas distintas y opuestas. Los juristas del derecho natural consideraban que los hombres eran libres e iguales en este estado de naturaleza. Unos y otros vieron en el pacto o contrato el medio convencional de establecer la sociedad, que en todo caso es una situación mejor.

Rousseau disiente: el estado de naturaleza lo plantea como  la contraposición naturaleza/sociedad. La naturaleza es buena, la sociedad corrompe. En ésta el hombre es esclavo, dominado por el poder del más fuerte,  el hombre era libre, deseoso sólo de conservar la vida satisfaciendo sus necesidades naturales: sin necesitar el trabajo para vivir, sin necesitar el hogar, sin lenguaje, pero sin guerras y sin necesidad alguna de los demás, aunque también sin deseo alguno de hacer daño.

El establecimiento de la propiedad privada es el momento en que se rompe el encanto del estado natural: introducida la propiedad, se introduce la desigualdad moral  y con ellas la sociedad, mediante el contrato social, que con sus leyes sanciona y perpetúa la propiedad privada y la división entre ricos y pobres. Esta  desigualdad es contraria al derecho natural. Si la sociedad se ha establecido mediante un pacto, origen de la desigualdad entre los hombres, le parece evidente, en contra de la opinión común de los juristas que con la teoría del contrato legitiman el estado de cosas existentes, que lo que debe reformarse es la misma teoría del pacto, no el orden social.
 

El Contrato es una alternativa: siendo imposible la vuelta a la naturaleza, es trataría de ofrecer una sociedad que reprodujera  aquella condición perdida en medida de lo posible.

 ¿Cómo puede el hombre permanecer libre renunciando a su libertad?: voluntad general:  expresa  la imagen del que el cuerpo social, como persona moral que es, igual como todo individuo, ha de poseer un alma que lo anime, una «voluntad», que no puede ser sino general.

El resultado de este pacto, la entrega total de todos a todos  es el pueblo soberano, el conjunto de ciudadanos, que constituyen el poder, la sociedad política o el Estado.
 
 



Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres.

El primer individuo al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir "Esto es mío" y encontró a gente lo bastante simples como para hecerle caso, fue el verdadero fundador de la Sociedad Civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, cuántas miserias y horrores no le hubieran ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas o cegando el foso, hubiera gritado a sus semejantes: "Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que las frutas a todos pertenecen y que la tierra no es de nadie...."

Por su parte, los ricos apenas conocieron el placer de dominar que ya desdeñaron todos los demás y valiéndose de sus antiguos esclavos para someter a otros nuevos, sólo pensaron en subyugar y avasallar a sus vecinos, parecidos a esos lobos hambrientos que una vez han catado la carne humana rechazan cualquier otro alimento y ya sólo quieren devorar hombres.

Nacía entre el derecho del más fuerte y el derecho del primer ocupante un conflicto perpetuo que sólo acabab en los combates y los asesinatos. La sociedad naciente cedió su puesto a la más espantosa de las guerras. El género humano, envilecido y desolado, no pudiendo volver sobre sus pasos ni renunciar a las desgraciadas conquistas que había logrado y laborando únicamente en vergüenza suya por el abuso de las facultades que lo honran, se puso él mismo al borde de su ruina.

Es imposible que finalmente los hombres no llegaran a reflexionar sobre una situación tan miserable y sobre las calamidades que lo abrumaban. Los ricos sobre todo, pronto debieron sentir hasta qué punto era perjudicial una guerra perpetua, de la cual sólo ellos hacían el gasto total y en la que el peligro de perder la vida era común y el de perder los bienes individual. Desprovisto de razones válidas para justificarse y de fuerzas suficientes para defenderse, aplastando fácilmente a un individuo, pero aplastado a su vez por unos grupos de bandidos, solo en contra de todos y no pudiendo por culpa de los celos recíprocos unirse con sus iguales contra unos enemigos unidos por la esperanza común del saqueo, el rico, apremiado por la necesidad, concibió por fin el proyecto más meditado que jamás entrara en la mente humana: fue el de emplear en favor suyo las propias fuerzas de los que le atacaban, de convertir a sus adversarios en defensores suyos, de inspirarles otras máximas y darles otras instituciones que le fuesen tan provechosas como el derecho natural le era contrario.

Con este fin, inventó fácilmente unas razones falaces para ganarlos a su objetivo. "Unámosno -les dijo- para defender de la opresión a los débiles, contener a los ambiciosos y asegurarle a cada cual la posesión de lo que le pertenece. Instituyamos unos reglamentos de justicia y de paz a los cuales todos tengan la obligación de conformarse, que no eximan a nadie y que reparen de cualquier modo los caprichos de la fortuna al someter por igual al poderoso y al débil a los mutuos deberes. En una palabra: En lugar de volver nuestras fuerzas contra nosotros mismos, concentrémoslas en un poder supremo que nos gobierne con sabias leyes, que proteja y defienda a todos los medios de la asociación, rechace a los enemigos comunes y nos mantenga en eterna concordia.

... Todos corrieron al encuentro de sus cadenas creyendo asegurar su libertad, pues con bastante inteligencia para comprender las ventajas de una institución política, carecían de la experiencia necesaria para prevenir sus peligros; los más capaces de prever los abusos eran precisamente los que esperaban aprovecharse de ellos, y los mismos sabios vieron que era preciso resolverse a sacrificar una parte de su libertad para conservar la otra, del mismo modo que un herido se deja cortar un brazo para salvar el resto del cuerpo.

Tal fue o debió ser el origen de la Sociedad o de las leyes, que dieron nuevas trabas al débil y nuevas fuerzas al rico, aniquilaron para siempre la libertad natural, fijaron para todo el tiempo la ley de la propiedad y la desigualdad, hicieron de una astuta usurpación un derecho irrevocable y, para provecho de unos cuantos ambiciosos, sujetaron a todo el género humano al trabajo, a la servidumbre y a la miseria. Fácilmente se ve cómo el establecimiento de una sociedad hizo indispensable el de todas las demás, y de qué manera, para hacer frente a las fuerzas unidas fue necesario unirse a la vez. Las sociedades, multiplicándose rápidamente, cubrieron toda la superficie de la tierra, y ya no fue posible hallar un solo rincón en el Universo dónde se pudiera evadir el yugo y sustraer la cabeza al filo de la espada, con frecuencia mal manejada, que cada hombre vio perpetuamente suspendida encima de su cabeza.
 



El contrato social.

El problema central del "Contrato".

"Cómo encontrar una forma de asociación que defienda y proteja, con la fuerza común, la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos los demás, no obedezca más que a sí mismo y permanezca, por tanto, tan libre como antes". He aquí el problema fundamental cuya solución proporciona el contrato social.

Las cláusulas de este contrato están de tal suerte determinada por la naturaleza del acto, que la menor modificación en ellas las haría inútiles y sin efecto; de manera que, aunque no hayan sido jamás formalmente enunciadas, resultan en todas partes las mismas, así como tácitamente reconocidas y admitidas, hasta tanto que, violado el pacto social, cada cual recobra sus primitivos derechos y recupera su libertad natural al perder la condición por la cual había renunciado a la primera.

Estas cláusulas (...) se reducen a una sola, a saber: la alienación total de cada asociado con sus innegables derechos a toda la comunidad. Pues, primeramente, dándose por completo cada uno de los asociados, la condición es igual para todos; y siendo igual, ninguno tiene interés en hacerla gravosa para los demás. (...)

En fin, dándose cada individuo a todos, no se da a nadie, y como no hay asociado sobre el cual no se adquiera el mismo derecho que se cede, se gana la equivalencia de todo lo que se pierde y mayor fuerza para conservar lo que se tiene.(...) el pacto social (...) se reduce a los siguientes términos: "cada cual pone en común su persona y su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y cada miembro es considerado como parte indivisible del todo. (...) este acto de asociación transforma la persona particular de cada contratante en un ente (...) colectivo, compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea, la cual recibe de este mismo acto, su yo común, su vida y su voluntad. La persona pública que así se constituye (...) tomaba en otro tiempo el nombre de Ciudad y hoy el de República o cuerpo político, el cual es denominado Estado (...) en cuanto a los asociados (...) toman el nombre (...) de ciudadanos, como partícipes de la autoridad soberana, y el de súbdito por estar sometido a las leyes del Estado.

(...) el hombre pierde su libertad natural (...) ganando, en cambio, la libertad civil (...)

(...) en vez de destruir la igualdad natural, el pacto fundamental sustituye por el contrario una igualdad moral y legítima a la desigualdad física que la naturaleza había establecido entre los hombres, los cuales pudiendo ser diferentes en fuerza o talento, vienen a ser todos iguales por convención y derecho.

 Afirmo, pues, que no siendo la soberanía más que el ejercicio de la voluntad general, jamás deberá alienarse, y que el soberano, que no es más que un ser colectivo, no puede ser representado sino por él mismo; el poder se transmite, pero nunca la voluntad. (...) La soberanía es indivisible por la misma razón de ser inalienable, pues la voluntad es general o no lo es. (...) la voluntad general es siempre recta y tiende constantemente a la utilidad pública (...) al interés común

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Sobre la voluntad general.

Se sigue de todo lo que precede que la voluntad general es siempre recta y tiende a la utlidad pública, perono que las deliberaciones del pueblo ofrezcan siempre la misma rectitud. Se quiere siempre el bien propio, pero no siempre se le conoce. Nunca se corrompe al pueblo, pero frecuente mente se le engaña, y solamente entonces es cuando parece querer lo malo.

Hay, con frecuencia, bastante diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general. Esta no tiene en cuenta sino el interés común, la otra se refiere al interés privado y no es sino una suma de voluntades particulares. Pero quitad de estas mismas voluntades el más y el menos, que se destruyen mutuamente y queda como suma de las diferencias las voluntad general.

Si cuando el pueblo delibera una vez suficientemente informado, no mantuviesen los ciudadanos ninguna comunicación entre sí, el gran número de las pequeñas diferencias resultaría la voluntad general y la deliberación sería siempre buena. Más cuando se desarrollan intrigas y se forman asociaciones parciales a expensas de la asociación total, la voluntad de cada una de estas asociaciones se convierte en general, con relación a sus miembros y en particular con relación al Estado, entonces no cabe decir que hay tantos votantes como hombres, por tanto, como asociaciones. Las diferencias se reducen y dan un resultado menos general. Finalmente, cuando una de estas asociaciones es tan grande que excede a todas las demás, no tendrá como resultado una suma de pequeñas diferencias sino una diferencia única: entonces no hay ya una voluntad general y la opinión que domina no es sino una opinión particular.

Importa, pues, para poder fijar bien el enunciado de la voluntad general, que no haya ninguna sociedad parcial en el Estado y que cada ciudadano opine exclusivamente según el mismo, tal fue la única y sublime institución del gran Licurgo. Si existen sociedades parciales, es preciso multiplicar el número de ellas y prevenir la desigualdad como hicieron Solón, Numa y Servio. Estas precauciones son las únicas buenas para que la voluntad general se manifieste siempre y para que el pueblo no se equivoque nunca.
 

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