La Reforma, el Segundo Imperio y la República Restaurada

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El periodo comprendido entre 1857 y 1872 marca un importante parteaguas para el México independiente pues en él se gestaron las reformas legales liberales que insertaron al país en la modernidad, abriendo una brecha entre Iglesia y Estado y concluyendo con el sistema virreinal que aún pervivía décadas después de la independencia. Sin embargo, la lucha no sólo fue ideológica, se convirtió en una guerra fratricida entre liberales y conservadores mexicanos que culminó con la segunda intervención francesa y la imposición del imperio de Maximiliano de Habsburgo en México. La República fue restaurada por Benito Juárez en 1867. El Palacio Nacional fue testigo y escenario natural del cambio y la consolidación liberal.

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La segunda mitad del siglo XIX emerge como un parteaguas en la consolidación y modernización del Estado mexicano. El último periodo de gobierno del general Antonio López de Santa Anna, la dictadura, fue vencido en 1855 con el Plan de Ayutla encabezado por el general Juan Álvarez y un nutrido grupo de intelectuales liberales, entre los que se encontraban Ignacio Comonfort, Benito Juárez, Ignacio Ramírez, Melchor Ocampo e Ignacio Altamirano.

1857 fue el año propicio para crear finalmente una constitución liberal que diera solidez a un Estado secular que concluyó con el sistema virreinal de una vez y para siempre. Le siguió el fino rosario de las leyes de Reforma, que remataron el cambio al laicismo cuando separaron los intereses de la Iglesia y el Estado, pues brindaron garantías a la ciudadanía y la democracia a partir de la desamortización de los bienes eclesiásticos, la creación del registro civil y la aplicación de la ley por igual, principalmente.

En todo este proceso de cambio el Palacio Nacional fue el escenario natural para las discusiones y confrontaciones, pues sus espacios, luego de la independencia en 1821, habían sido acondicionados para recibir a la nueva nación.

La Cámara de Diputados, instalada desde 1829 en el corredor oriente del primer piso del Patio Central de Palacio, atestiguó los asiduos debates que el Constituyente de 1856-1857 llevó a cabo para dar forma a la Constitución Federal de la República Mexicana del 5 de febrero de 1857, con un tono eminentemente liberal, al aceptar los derechos del hombre, la libertad de expresión, la libertad de propiedad, entre sus preceptos más importantes. De entre los autores de estas leyes destacan Francisco Zarco, Ponciano Arriaga, Guillermo Prieto. La crónica parlamentaria que realizó Francisco Zarco en el periódico El siglo XIX da fe de ello.

Al inicio de esta reforma liberal, Félix María Zuloaga mediante el Plan de Tacubaya organizó un levantamiento conservador, apoyado por la Iglesia y los ricos propietarios más afectados por las reformas, intentando el retorno a los estamentos y privilegios que hasta entonces habían tenido, lo que llevó al presidente en turno, Ignacio Comonfort, a dimitir. El Salón de Recepciones de Palacio Nacional fue el escenario donde Comonfort y el presidente de la Suprema Corte de Justicia (instalada en lo que durante el virreinato fue la Casa de Moneda [hoy Museo Nacional de la Culturas], y por ende parte del predio que ocupa el Palacio), Benito Juárez, se enfrentaron cuando este último exhortó a Comonfort a mantener el liberalismo para el país, lo que le costó ser apresado en ese salón durante casi 20 días. Posteriormente Comonfort renunció a la Presidencia, lo que convirtió a Juárez en presidente interino de facto. Sin embargo, la guerra de Reforma estaba en marcha y el presidente debió partir hacia Veracruz, donde instaló el gobierno federal en medio de la Guerra de los Tres Años o de Reforma.

Juárez regresó a la Ciudad de México a gobernar en Palacio Nacional una vez concluida la guerra, en 1862. La difícil situación económica del país obligó al gobierno juarista a declarar la moratoria de pagos a la deuda externa, lo que trajo como consecuencia la intervención en México de Francia, Inglaterra y España, que reclamaban el pago inmediato. Después de una negociación pacífica Inglaterra y España abandonaron esta empresa. En cambio Francia, que ya había ocupado México en 1838, tuvo desde el principio la intención de invadir el país e instalar un segundo imperio bajo la titularidad del austriaco Maximiliano de Habsburgo, con el apoyo del sector conservador mexicano.

El Palacio Nacional fue el escenario del boato imperial impuesto por Maximiliano y su esposa, la emperatriz Carlota Amelia. Parte de ello fueron los bailes de salón, la decoración palaciega, la creación de la galería de insurgentes, la restauración del jardín botánico con fuentes, bancas e invernadero, que se conoció entonces como el Jardín de la Emperatriz, así como la construcción de una escalera en el norte del edificio para el servicio de los ministros, conocida posteriormente como la Escalera de la Emperatriz, en honor de Carlota, y la modificación del Senado (corredor sur del primer piso del Patio Central) para una capilla imperial.

En tanto, Benito Juárez inició su periplo en el norte del país. Siempre se mantuvo en territorio nacional, estacionado durante una buena parte de esta intervención en Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez, Chihuahua. Una vez que Maximiliano fue fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro, se trasladó a la Ciudad de México, la cual recuperó el 15 de julio de 1867, y después de gran alocución en la que aludió a la soberanía y al “respeto al derecho ajeno”, tomó nuevamente posesión de Palacio Nacional, restaurando la República.

Después de alcanzar la estabilidad del país, el presidente mexicano decidió residir en la zona norte de Palacio Nacional, en lugar del ala sur que tradicionalmente había sido habitada por los mandatarios mexicanos. La zona norte era la más austera y se identificaba con sus principios republicanos. En ese lugar falleció el 18 de julio de 1872, siendo presidente en funciones. Por ello, y para honrarlo, fue velado en el Salón de Embajadores de Palacio Nacional durante tres días. Posteriormente su cuerpo fue trasladado al Panteón de San Fernando donde se localizan sus restos. Ese mismo año de 1872, pero el 22 de agosto, la Cámara de Diputados, ubicada en el oriente del primer piso del Patio Central de Palacio Nacional y que fuera escenario de luchas ideológicas y de grandes obras legislativas para nuestro país, como la Constitución de 1857, se incendió accidentalmente y salió, igual que el presidente Juárez, de Palacio Nacional de una vez y para siempre.