Edición 2533: Jueves, 5 de Abril de 2018

Cuando la Acción Confiesa

Escribe: Gustavo Gorriti | “Si uno dice que va a luchar contra un corrupto mientras se alía con otro corrupto mayor, se puede suponer que la lucha anticorrupción no es más que un pretexto para hacerse del poder”.

Hagamos el esfuerzo por observar con claridad el escenario y sus actores. Ya que tenemos espectáculo, veámoslo bien y tratemos de interpretarlo mejor.  

Una vez que PPK renunció para evitar una vacancia bochornosa, su vicepresidente Martín Vizcarra lo sucedió, como debe ocurrir en todo régimen democrático. En ese contexto se puede ver con tolerancia la mediocridad del discurso de investidura de este en el Parlamento, una sucesión de lugares comunes donde lo único que valió la pena fue la cita de Grau –que este Congreso, de paso, no merecía escuchar–.

Pero luego, en la conformación del gabinete ministerial, empezaron las involuntarias revelaciones.
Lo primero fue nombrar a César Villanueva, un político capaz e inteligente, como primer ministro. En otra circunstancia habría sido una buena decisión, pero aquí fue sobre todo una confesión.
Villanueva, como recordarán, se opuso al intento de vacancia en diciembre pasado. Pero desde comienzos de año se convirtió en el principal organizador y negociador del nuevo proceso para defenestrar a PPK.

Lo hizo, además, en forma abierta, quizá por no tener otra posibilidad. Fue él quien logró juntar a la izquierda con el Mototaxi keikista. Consiguió que aquella renuncie al argumento del indulto a fin de unir fuerzas con el keikismo. La izquierda aceptó sabiendo que aunque se borrara el argumento, el resultado lo proclamaría. El keikismo lo supo también y por eso –apenas les dieron la excusa de no parecer que atacaban abiertamente el indulto– se sumaron a la coalición para sacar a PPK, cuyo director de orquesta fue, sin duda, Villanueva.

Cuando el ya presidente Vizcarra encargó al exgobernador de San Martín presidir el nuevo gabinete, resultó inevitable inferir de que toda la actividad de Villanueva para sacar a PPK de la Presidencia se hizo con el conocimiento y la aprobación de Vizcarra. Que fue, en el sentido más estricto del término, una conspiración para llevar a Vizcarra a la presidencia. Pudo haber fracasado si Moisés Mamani no hubiera tenido éxito como agente provocador. En ese caso no hubiera pasado nada. A Vizcarra solo se le podía acusar por su silencio, pero los inviernos canadienses excusan mucho más.

De otro lado, sin el gran esfuerzo organizativo previo que dirigió Villanueva, la cámara espía de Mamani no hubiera tenido el resultado decisivo que logró. No hubiera habido la carrera de renuncias y cambios de voto que se dio por el miedo de los congresistas de aparecer en el bando no solo infamado sino perdedor.

La razón declarada por Villanueva para derrocar a PPK fue la lucha contra la corrupción. Y sin duda hay razones sobradas para investigar a PPK en relación con el caso Lava Jato. Vizcarra también mencionó la lucha anticorrupción en su discurso inaugural.

¿Fue ese firme sentimiento ciudadano de enfrentar la corrupción lo que guió a los dos aliados, el abierto y el solapa, en su propósito de remover a PPK? Pero… ¿en alianza con el mototaxi? ¿No tiene el keikismo casos comparativamente mucho más serios de corrupción que los que pueden adscribirse a Kuczynski? ¿Y no han demostrado acaso ser incomparablemente más cínicos y agresivos que el patético PPK en tratar de encubrir sus propios casos? ¿No han utilizado con impunidad y desvergüenza los recursos del Estado con ese propósito?

Le hice una pregunta que encapsulaba las anteriores a una persona familiarizada con el pensamiento de César Villanueva. La respuesta fue un silencio algo incómodo.

Si uno dice que va a luchar contra un corrupto mientras se alía con otro corrupto mayor, se puede suponer que la lucha anticorrupción no es más que un pretexto.

En ese proceso, ¿cuán cercana fue la alianza con el keikismo? Pudo haber sido una mera coincidencia de objetivos que termina cuando se logra lo buscado. Pero todo indica que no fue así.

Desde el comienzo, los esfuerzos de Vizcarra por complacer al fujimorismo keikista fueron evidentes y marcaron un estilo. No es que PPK, como afirman falsamente algunos, se haya enfrentado al fujimorismo. Por lo contrario, su actitud fue de una virtualmente invariable sumisión ante la dominadora, con los resultados de esperar. Pero Vizcarra, hasta donde se lo ha visto, no busca ceder ni agacharse ni someterse sino complacer, halagar. La promulgación de la ley que exonera al Congreso de las acciones de control de la Contraloría, con Galarreta al lado, fue más elocuente que mil fotos.

Pero el proceso continuó. Cuando Vizcarra buscó, como lo hizo, a sus viejos aliados del Sur, especialmente de Moquegua, para incorporarlos al Gobierno, se cuidó de convocar solamente a quienes no provocaran ni un fruncimiento de desagrado en Keiko Fujimori. La ausencia más notable fue la de la gobernadora de Arequipa, Yamila Osorio.

Entre la gobernadora de Arequipa y el exgobernador de Moquegua hubo una relación cercana de colaboración. Cuando Vizcarra no se presentó a una reelección que probablemente iba a perder en Moquegua, Osorio recibió y empleó a varios colaboradores cercanos de Vizcarra. Edmer Trujillo, ahora ministro, fue gerente general del gobierno regional de Arequipa. César Ramos fue gerente de infraestructura. Dianira Meza exportavoz de Vizcarra en Moquegua, fue contratada como asesora de Osorio.

Que la campaña electoral de PPK en 2016 hubiera tenido su mitin final en Arequipa muestra el apoyo que dio Osorio a la plancha que tenía como vicepresidente a su exvecino regional. Luego, las declaraciones de la gobernadora arequipeña que han criticado con elocuencia al fujimorismo le ganaron, como era de esperar, la animadversión de estos.

Al regresar al Perú, según fuentes bien informadas, Vizcarra no llamó ni contactó y menos consultó con Yamila Osorio. ¿La razón más probable? No irritar al fujimorismo.

Y luego, al armar su gabinete escogió en medio de una escala de grises, a profesionales poco conocidos, pero con un factor en común: que ninguno resultara irritante para Keiko Fujimori y su partido.

En algunos casos fue más allá. En Relaciones Exteriores nombró ministro a Néstor Popolizio, uno de los diplomáticos más notoriamente fujimoristas en la cancillería. En Justicia fue Salvador Heresi. ¿Qué mensaje respecto de la lucha anticorrupción pensó enviar Vizcarra con ese nombramiento?

El cambio de actitud de los keikistas hacia Vizcarra es igualmente revelador. El que, como ministro de Transportes, fuera tildado por ellos hace pocos meses como incapaz, corrupto y hasta miembro del crimen organizado, es ahora el Presidente al que se aplaude y se elogia.

¿Es el comienzo de una coalición que puede poner en peligro la democracia? A la vista de lo sucedido en tan pocos días, sería necio descartar esa posibilidad. Si fuera así, hasta el gobierno de PPK parecería comparativamente bueno. Si a Kuczynski se lo llamó con justicia el Neville Chamberlain de la Plaza de Armas, Vizcarra tendría peores comparaciones.

Meterse en una coalición así sería, empero, un error de tal magnitud, que es probable que ni Vizcarra ni Villanueva deseen cometer. Saben que las fuerzas democráticas ganan elecciones hasta con pésimos candidatos y que en esta ocasión la indignación de la gente –sobre todo si se intenta encubrir a corruptos con poder– tendría contundencia y efecto.

Si los primeros pasos de Vizcarra y Villanueva concitan una justificada alarma, los siguientes y subsiguientes aclararán tanto el escenario como la actuación que deberán tener las fuerzas democráticas.