Por Fernando Martín Velazco | ➜
Años después de Acali, su amigo Luis Buñuel le acusaría de haberse armado todo aquello en realidad, por el mero afán caprichoso de quererse ir al mar. Genovés no lo desmiente, citándolo continuamente en sus trabajos tardíos.
Pese a los prejuicios que sobre el mismo recaen, los resultados científicos del trabajo de Genovés son sobriamente acertados. No llega a conclusiones excéntricas, sino que retoma postulados previos contrastándolos con sus resultados experimentales. Trata la evidencia con objetividad, vistiéndola de su amplia cultura y un sentido práctico irrebatible.
Más que sobre la violencia social —esta es una apreciación personal—, su investigación da claridad sobre campos del conocimiento largamente desarrollados de forma empírica, pero con escasos desarrollos teóricos: la navegación, la aventura, las expediciones. Refuta prejuicios y supersticiones –como el que impugnaba las tripulaciones mixtas o flotar navíos en viernes 13–, confirma certezas largamente discutidas –como la necesidad de una cadena de mando en situaciones de incertidumbre– y sugiere novedades no desprovistas de interés –como la conveniencia de sostener ideas trascendentales para las dificultades que impone la mar. A su vez abona a la discusión de temas que se volverán de primordial relevancia en las próximas décadas: sobre el comportamiento de las mujeres en contextos de libertad sexual y sobre la contaminación de los mares.
Con nesciente superficialidad se ha dicho que en sus últimos años Genovés abandonó las ciencias para dedicarse a cuestiones literarias. Esta interpretación –a nuestro juicio engañosa– ilustra dos inquietudes complementarias de su trabajo ulterior: el fomento de la interdisciplina y del humanismo en la ciencia. Esto entendido no como principio de conducción ética, sino desde una apreciación empírica acerca de lo que sobre lo humano es conocible:
“Sí: si somos evolución,no podemos ser otra cosa que un proceso no terminado, un experimento —no estará acabado nunca en tanto que proceso— por más megalómanos, ególatras y antropocentristas que seamos o que queramos serlo. Si “la nostalgia es un error”, y si como nos dice Antonio Machado “ni está el mañana —ni el ayer— escrito” somos, ‘a fortiori’, un proceso inacabado.” (1987)
Genovés entiende una ciencia que atienda dicha insuficiencia y participe de ella. Una disciplina –presuntamente ya-no antropológica– que mediante su contribución estética, la investigación, contribuya a la ampliación del conocimiento sobre los hechos humanos: “Sí, la ciencia, sin desvirtuarse, se hace poesía. La ciencia y la tecnología dan vida, hacen más bella la vida. Lo que parecía imposible se hace posible.”(1990)
En esta enunciación subyace una radicalidad sin precedentes. Al analizar el hacinamiento y el estrés al que estaban sometidos en Acali, Genovés concluye que lo que les ha salvado de las hostilidades ha sido estar rodeados de mar. Vislumbra en el mismo –al igual que los marineros experimentados– después de largos periodos, la inducción de estados alterados de conciencia. Sospecha con intuición poética, que la auténtica perturbación en términos humanos proviene de su abandono –del mar, de su vulneración indirecta a través de la vida urbana:
“Hemos visto ya cómo la agresión por falta de espacio urbano nos lleva a la violencia […] También que la verdadera cooperación indispensable tanto para la supervivencia individual como para la de la especie, se halla en grado mucho mayor en zonas rurales […]”. (Ídem.)
Entrevemos en esto un proyecto imposible: derogar la sociedad industrial. Más propiamente el invento que con mayor certeza ha exacerbado la propagación de la violencia entre seres humanos y con el resto de la vida en el planeta: la ciudad. Sin embargo no basa su propuesta –su disenso propiamente enunciado– sobre la base de un diseño específico de organización política, sino sobre el efecto de la ciudad en términos medio-ambientales, es decir, también simbólicos e inconscientes. De ahí que su respuesta sea coherente con esa enunciación: “Hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos, y los que se van al mar” (1983c).
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Confrontado con sus colegas y profundizando en las nuevas dudas que le había traído organizar Acali, Genovés parecía condenado a una vejez tautológica. Sus trabajos de por entonces consisten en breves textos de contenido divulgativo y su colaboración continua en los comités internacionales de UNESCO, trabajos en que si bien mantiene su capacidad didáctica y reflexiva, se alejan de las aventuras del pensamiento –y también físicas– en que habían consistido sus trabajos anteriores.
Por entonces escribe una serie de textos que los bibliógrafos han despreciado de su obra científica, pero que Leguillou incluye en el segundo volumen con el siguiente argumento:
“Hasta ahora observamos una línea bien definida en la investigación de Genovés, que ataca constantemente las fronteras disciplinares de las ciencias mediante el estudio de situaciones excepcionales. Hay una lógica inherente al diseño de sus expediciones: si lo insólito no sucede, se provoca.
“Si algún mérito busca esta edición es comprobar que dicha continuidad no se ve interrumpida. A las experiencias antes descritas seguiría un último experimento: Solo.” (p. 32)
Durante mucho tiempo interpretado como una mera digresión literaria con tintes autobiográficos, la última sección de “Miradas sobre el mar” reúne los textos del experimento Solo. La editora reúne escasa evidencia sobre su realización –algunos planos, boletos de avión, cartas y un par de fotografías–, pero situada en el contexto de Obra reunida su realización adquiere un carácter factual apenas discutible. La dramaturgia de Genovés en tanto discurso que se desestructura a si mismo termina con una expedición secreta hacia los más remotos orígenes y el llamado más profundo de la naturaleza humana: el mar.
Solo, una vez más, consistió en una embarcación minúscula acondicionada para cruzar a la deriva el Atlántico. Su tripulación sin embargo sería esta vez más reducida: un solo hombre.
Su nombre se construye una vez más como analogía de su trayectoria. Solo es el nombre del experimento, es su condición en el mismo y es también un personaje: los restos paleontológicos de un homínido hallado en la isla de Java, en Indonesia, cuya antigüedad se data en 118 mil años; el Homo erectus soloensis. Solo es el nombre del río en que se encontraron dichos vestigios y, en javanés antiguo –una lengua exclusiva de poetas–, significa “poderoso”. Genovés había estudiado a detalle dichos restos en sus primeros trabajos y en la postrimería de su trayectoria regresaba a los mismos en cierta actitud que él mismo denomina como hamletiana: dialogar.
¿Cuál sería el propósito de esta nueva aventura? “Construí una boya para no ir a parte alguna. Para estar con los peces bajo el agua y en la superficie, y con las aves del mar. Soy como una pecera, en la que, esta vez, el pez soy yo.” (1983c) No es precisa una enorme suspicacia para entrever encontrarnos ahora ante una metodología mutable y al mismo tiempo experimental. Un tratamiento que a su vez ofrece sus particulares conclusiones:
““¡Eureka! ¡Ya está! No sé si será muy científico, pero es un punto de partida. Radica en la capacidad para la locura. Lo que estoy haciendo en Solo, lo acabe o no, ningún animal, ningún pez, podría haberlo hecho. Aquí sólo se hace evidente que los caminos de la libertad, de la verdad, son solitarios. Se encuentran raramente, algunas pocas veces. ¡Por eso el hombre inventó la locura! Locura universal de vivir pendientes del tiempo […]. Estar loco, como yo, ahora, es hacer, lo más normal para mí: hallarme fuera del tiempo, del espacio, y de la masa” (Ídem).
Sorprende sobre el experimento su escasa documentación y los matices que el propio Genovés realiza para confundirlo con una creación literaria –advirtiéndonos que la boya pudo haberse quebrado antes de zarpar–. Pero incluso siendo este último el caso, la progresión gnoseológica de la obra genoveseana es evidente. Concluirá en un objeto-sujeto de estudio que, después de recrearse con una locura colectivamente inducida, se aboca a la personal. Es por ello preciso mantener el ejercicio en secreto, velar detrás de la descripción del proceso la sospecha de una sugerencia: la posibilidad del público de averiguar el misterio por si solos.
“No busques más en la tierra
Vete al mar.
Soledad
Tierra de hombres
Que sólo saben andar.” (Ídem.)
Al final Genovés propone un aislamiento. Pero no como alguna vez pretendió, para afrontar problemas sociales, sino como solución introspectiva. De ahí que su experiencia se vuelva incomunicable a menos de hacer uso de un lenguaje alegórico. Una corriente de antropólogos recientes –el llamado giro ontológico– identifica el mismo problema del lenguaje científico –llámese objetivista moderno– al momento de comunicar experiencias cercanas con sujetos naturales –hablar con peces, tener sexo con las olas, el naufragio, etc. (1997b)–, lo cual induce el llamado de la poesía. Sospechan en esta forma textual facultades de intelección iniciáticas.
Es por lo anterior que cualquier pretensión de Genovés por generar una escuela al interior de la academia universitaria le habría sido estéril, aún si –como sugiere Leguillou– su obra se uniera con la genealogía de las artes escénicas contemporáneas. Imposible investigar alguna locura que no sea la propia, me advertiría alguna vez el creador de obras monobiográficas Marco Norzagaray. La estrategia discursiva para hacer dicha experiencia –la locura– comunicable, precisa talentos literarios.
“Jamás entendí –leyendo el periódico– a los que dicen que son ‘hombres internacionales’: solamente tontería solemnemente expresada. Ser sencillamente hombre de mar sí es ser algo. Algo así como ser mar pensante es lo que quiero llegar a ser. […] Hamlet, Don Quijote, Sancho, Telémaco, Ulises, nunca escribieron una sola línea. Son más que los que los crearon.” (2001)
El método es una poética que nos salva.
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Fiel a la intención de su compiladora, Obra reunida encuentra ecos múltiples en las búsquedas de varias generaciones de artistas escénicos contemporáneos. Encuentra también, forma de reincorporar las inquietudes de su autor al debate contemporáneo de la antropología. Compilación documentalmente brillante, es también una reescritura.
El libro concluye con un material inédito que nos llevará a reconsiderar el cuerpo textual que tenemos entre manos: el testamento de Santiago Genovés. No exento de genialidad, el investigador resolvió la mayor de las obras artísticas: fingir su propia vida. Quizá algún día averigüemos qué clase de arquetipo ha sido.
Genovés, Santiago (2020) Obra reunida. Compilación y traducciones. Catherine Leguillou. FCE-UNAM: México.