Tiene carita de niña –que ya no es-, con gestos que denotan no sólo la sensualidad caribeña sino una perspicacia semierótica que, al final se refleja en esas novelas donde la sexualidad parece dar bofetadas a los convencionalismos latinoamericanos y, a la vez, trasladarnos a mundos que en secreto deseamos, pero no nos atrevemos a decirlo.
Yanitzia Canetti escribe con una mezcla de voluptuosidad y sexualismo extraordinarios. Sin embargo, su prosa (lo mismo la de adultos, que aquella maravillosa dedicada a los niños) parece simple precisamente porque fluye con una espontaneidad absoluta al tiempo que demuestra el tremendo conocimiento que tiene de la lengua española, (o castellana), me hago líos cuando trato de ir a las diferencias.
Confieso que no he leído ningunmo de sus libros completos. Para escribir sobre ella no mme hace falta. Para disfrutar su escritura sé que es indispensable. No obstante, luego que encontré en el internet algunos párrafos de su obra, comprendí que estaba frente a uno de los talentos literarios más importantes de Latinoamérica.
Canetti fue una de las escritoras invitadas al Primer Festival del Libro de Dallas, y tuve el privilegio de no sólo ser su guía y chofer en la Ciudad, sino de quizás, fomentar una amistad que presiento será duradera.
Ni siquiera la entrevisté formalmente tampoco. No hizo falta. Los datos biográficos, y las preguntas obligadas no caben realmente con Yanitzia. Más importante fueron esas conversaciones personales entre tazas de café o las interrupciones de admiradores o colegas, las que me permitieron conocer un talento que no se adivina y la sencillez que tanta falta hace a muchos que como pavos reales se vanaglorian de haber publicado quien sabe cuántos libros, que la mayoría de las veces languidecen en bibliotecas o librerías.
Su vida personal es todo un desgaje de historias horribles que no se reflejan. De ...