La noche del 15 de febrero
de 1898 una fuerte explosión hundió el acorazado norteamericano Maine, fondeado
en la bahía habanera.
La embarcación, un buque de
vapor de seis mil 682 toneladas de desplazamiento, dos hélices, 96 metros de
eslora (largo), 17 metros de manga (ancho), estaba dotado de una heterogénea
artillería que lo hacía perfectamente utilizable para la intención
norteamericana de "vigilar" y "salvaguardar" muy de cerca los intereses
norteamericanos en la Isla, ante cualquier acto que pudiera afectarlos.
A principios de 1898 los
acontecimientos en Cuba presagiaban un desenlace favorable a las fuerzas
independentistas cubanas, algo que no convenía a las autoridades estadounidenses
interesadas en controlar los destinos de la Isla.
Para entonces la política de
"hasta el último hombre y la ultima peseta" preferenciada por el ministro
español Antonio Cánovas del Castillo, y los métodos draconianos impuestos por el
general Valeriano Weyler habían demostrado su incapacidad para contener a los
patriotas.
Nombrado para la dirección
de la Isla Ramón Blanco y Erenas y aprobada, tardíamente, la concesión de
autonomía, los insurgentes cubanos no acataron la viabilidad de tal posibilidad.
Entre las medidas del nuevo
gobierno colonial estuvo permitir una cierta libertad de prensa. Aprovechando
esa posibilidad el periódico habanero "El Reconcentrado" publicó un articulo que
disgustó a los proespañoles contrarios a la autonomía, quienes se presentaron en
el órgano y destruyeron su redacción.
De manera paralela se
suscitaron algunas manifestaciones callejeras que, aunque no arrojaron muertos o
heridos, alteraron la tranquilidad de la ciudad.
De inmediato el cónsul de
Estado Unidos en la capital, el general Fitzhugh Lee, envió un mensaje a su
gobierno sugiriendo la conveniencia de enviar buques para garantizar la vida y
seguridad de sus conciudadanos ante la posibilidad de nuevos disturbios.
Con el pretexto de
reabastecerse de carbón, el 24 de enero entraba el Maine al puerto de La Habana.
El traslado había sido rápido y fácil pues desde el mes de diciembre se
encontraba en Cayo Hueso.
Fondeado el buque,
permanecía vigilado día y noche por centinelas fuertemente armados, y con
municiones a mano en todas las piezas de artillería para entrar rápidamente en
acción en caso de ser necesario.
A las 9:40 de la noche del
15 de febrero un estruendo estremeció a la ciudad que quedó a oscuras. En la
bahía se vió un gran resplandor y una inmensa llamarada sobre el buque. Varios
testigos dijeron ver volar fragmentos a varios metros de altura y distancia. De
un total de 354 hombres que componían la dotación, 266 perdieron la vida, muchos
de ellos negros.
El hecho tuvo una inmediata
repercusión en los medios y pronto comenzaron a tejerse versiones de las
posibles causas, sobre las que aún hoy día todavía se especula.
Independientemente del
origen de la explosión, intencional o fortuito, interna o externa, lo que da
trascendencia histórica a este episodio fue la manipulación del hecho realizada
por la propaganda y autoridades norteamericanas, utilizándolo como pretexto para
la intervención en el conflicto bélico cubano-español.
Nota:
La autora se desempeña como
investigadora del Instituto de Historia de Cuba
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