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INMACULADA CONCEPCIÓN (1762)

    

Por el año de 1751, los zambos que habitaban en las costas de Nicaragua, realizaban alentados por los ingleses, frecuentes incursiones al interior del país. Sus robos, saqueos e incendios, producían indignación en la Colonia, pues se atribuían estos desmanes a descuido de las autoridades españolas.

En 1762 España estaba en guerra con la nación inglesa, como inmediata consecuencia del "Pacto de Familia" entre Carlos III y Luisa XV. El reflejo de las guerra no se hizo esperar en las colonias. 

Además de estas incursiones, aumentaban la zozobra del Gobernador Español de la provincia de Nicaragua, las invasiones que los propios ingleses intentaban, cada vez con mayor atrevimiento, por el Río San Juan, desaguadero del Gran Lago y llave de la Provincia de Nicaragua.

Con el fin de impedir el paso por el citado río, se construyó El Castillo de la Concepción, en un recodo de la ribera, sobre una colina, a cuyos pies se extiende el pueblo de su nombre, casi olvidado de su importancia durante la colonia.

Como defensor de El Castillo se encontraba don José Herrera, hidalgo valiente, padre de Rafaela, joven de diecinueve años, educada no sólo en ejercicios varoniles, sino en las leyes de honor, de la fe y de un ardiente amor patriótico y filial.

Nicaragua era el principal objetivo de los ataques ingleses porque presentaba facilidades para la comunicación interoceánica, por lo que el Gobernador Inglés de Jamaica William Henry Littleton, recibe instrucciones de preparar una invasión a la provincia de Nicaragua por el Río San Juan,  con un ejercito de tres mil hombres y más de cincuenta embarcaciones. Amenazaba El Castillo de la Concepción,  precisamente cuando el castellano de la fortaleza estaba grave de cruel enfermedad.

La muerte ya empezaba a amenazar la existencia del Comandante Herrera, cuando la noticia de la invasión llegó. Todo fue entonces confusión, espanto. Mientras, el lecho mortuorio estaba silencioso. El castellano don Pedro Herrera agonizaba. Una vez vacilante iluminaba el cuarto. Rafaela, altiva y decidida, jura solemnemente a su padre defender la fortaleza, aún a costa de su vida.

El 17 de julio muere repentinamente el Comandante José Herrera y Sotomayor, asumiendo la comandancia el alférez Don Juan Aguilar y Santa Cruz.

Cuando el Comandante Inglés, avisado por los espías, sabe la muerte del Capitán Herrera  manda a pedir con insolente descaro las llaves de la fortaleza, prometiendo no hacerle daño a nadie. El diálogo sostenido entre Rafaela y el oficial inglés, demuestra el valor y la nobleza de la heroína. Se presenta magnifica en aquel gesto negativo de fiera heroicidad que ha inmortalizado su nombre.

El 29 de Julio de 1762 estaban los ingleses frente al Castillo.

Con insolente audacia, y seguros como estaban de que la fortaleza capitularía ante sus amenazas, dieron principios a una serie de escaramuzas que acobardaron a la guarnición, desmoralizada por la muerte de su jefe. Viendo que los negros mulatos trataban de rendirse, Rafaela sintió bullir con fuerza impetuosa la sangre que corría por sus venas y los interceptó:

¿Os habéis olvidado de los deberes que les impone el honor militar?

¿Vais a permitir que se entregue villanamente esta fortaleza, que es el resguardo de la provincia de Nicaragua y vuestras familias?

Entonces Rafaela, con arranque sublime sube sola al torreón, carga el cañón y rompe fuego contra el campamento enemigo. Lo hizo con tan buena suerte que, al tercer disparo, acertó a meter una bala en la tienda del comandante inglés, dejándolo sin vida.

Enfurecidos por la muerte de su jefe, los ingleses emprendieron con saña el ataque del castillo, pero ya la guarnición, entusiasmada por el heroísmo de la niña, le opuso enérgica y valerosa resistencia, causándoles grandes pérdidas en hombres y embarcaciones.

La joven escudriña la noche y sólo divisa a lo lejos la llanura ceñida por los árboles. ¿Cómo sorprender al invasor? El Castillo está aislado, como prisionero, es necesario que, sin abandonar ninguno su puesta, se sorprenda al enemigo ¿Cómo lograrlo? Con un rasgo de ingenio, rápidamente hace empapar sábanas de alcohol que, colocadas en ramas secas, se deslizan inflamadas a lo largo del río en dirección de enemigo, llenando de pánico, pues creen que se trata del tradicional fuego griego.

El sitio se mantuvo, con alternativas de calma y fuego intenso por algo más de cuatro días. Pero el 3 de agosto el enemigo había abandonado sus posiciones de río arriba, dejando varios muertos, heridos y embarcaciones.

La derrota de los británicos causó inmenso regocijo en Nicaragua, especialmente en Granada. Cuando la heroica niña llegó con su madre a esta ciudad, fue recibida en triunfo y colmada de alabanzas y bendiciones por haberla salvado.

Algunos años después, entregó su valerosa mano a un caballero granadino llamado Don Pablo de Mora, pero la providencia no le deparó la felicidad que su heroísmo y virtudes merecían. Viuda y madre de cinco hijos, de los cuales dos estaban paralíticos, vivió doña Rafaela sumida en gran pobreza, hasta que en 1781 el Rey le concedió una pensión vitalicia en reconocimiento a los servicios prestados pro su padre y abuelo y sobre todo a la acción heroica realizada por ella.

A continuación extractos de la carta que el Rey hizo llegar a Rafaela Herrera.

"El Rey: por cuanto he sido informado del distinguido valor y fidelidad con que vos, doña Rafaela Herrera y Udiarte, viuda que al presente sois defendisteis el Castillo de la Purísima Concepción de Nicaragua en el Río San Juan, consiguiendo a pesar de las superiores fuerzas del enemigo, hacerle levantar el sitio, y ponerse en vergonzosa fuga, pues superando la debilidad de vuestro sexo, subisteis al caballero de la fortaleza, y disparando la artillería por vuestra mano matastéis con el tercer tiro al comandante inglés en su misma tienda: realzando la acción a la corta edad de diecinueve años que contabais, no tener castellano el Castillo, ni comandante ni otra guarnición que la de mulatos y negros, que habían resuelto entregarse cobardemente, con la fortaleza a que os opusisteis con el mayor esfuerzo; en consideración, pues, a tan señalado servicio, he decidido que goceis de pensión vitalicia.

Por tanto mando al Presidente, gobernador y capitán general del referido reino disponga se verifique esta gracia, que nos concedo desde el 1o. de enero del corriente año. Dada en San Lorenzo a 11 de noviembre de mil setecientos ochenta y uno.

Yo, el Rey".

   

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