Además de estas incursiones, aumentaban la zozobra del Gobernador
Español de la provincia de Nicaragua, las invasiones que los
propios ingleses intentaban, cada vez con mayor atrevimiento,
por el Río San Juan, desaguadero del Gran Lago y llave de la
Provincia de Nicaragua.
Con el fin de
impedir el paso por el citado río, se construyó El Castillo
de la Concepción, en un recodo de la ribera, sobre una colina,
a cuyos pies se extiende el pueblo de su nombre, casi olvidado
de su importancia durante la colonia.
Como defensor
de El Castillo se encontraba don José Herrera, hidalgo valiente,
padre de Rafaela, joven de diecinueve años, educada no sólo
en ejercicios varoniles, sino en las leyes de honor, de la fe
y de un ardiente amor patriótico y filial.
Nicaragua era
el principal objetivo de los ataques ingleses porque presentaba
facilidades para la comunicación interoceánica, por lo que el
Gobernador Inglés de Jamaica William Henry Littleton, recibe
instrucciones de preparar una invasión a la provincia de Nicaragua
por el Río San Juan, con un ejercito de tres mil hombres
y más de cincuenta embarcaciones. Amenazaba El Castillo de la
Concepción, precisamente cuando el castellano de la fortaleza
estaba grave de cruel enfermedad.
La muerte ya
empezaba a amenazar la existencia del Comandante Herrera, cuando
la noticia de la invasión llegó. Todo fue entonces confusión,
espanto. Mientras, el lecho mortuorio estaba silencioso. El
castellano don Pedro Herrera agonizaba. Una vez vacilante iluminaba
el cuarto. Rafaela, altiva y decidida, jura solemnemente a su
padre defender la fortaleza, aún a costa de su vida.
El 17 de julio
muere repentinamente el Comandante José Herrera y Sotomayor,
asumiendo la comandancia el alférez Don Juan Aguilar y Santa
Cruz.
Cuando el Comandante
Inglés, avisado por los espías, sabe la muerte del Capitán Herrera
manda a pedir con insolente descaro las llaves de la fortaleza,
prometiendo no hacerle daño a nadie. El diálogo sostenido entre
Rafaela y el oficial inglés, demuestra el valor y la nobleza
de la heroína. Se presenta magnifica en aquel gesto negativo
de fiera heroicidad que ha inmortalizado su nombre.
El 29 de Julio
de 1762 estaban los ingleses frente al Castillo.
Con insolente
audacia, y seguros como estaban de que la fortaleza capitularía
ante sus amenazas, dieron principios a una serie de escaramuzas
que acobardaron a la guarnición, desmoralizada por la muerte
de su jefe. Viendo que los negros mulatos trataban de rendirse,
Rafaela sintió bullir con fuerza impetuosa la sangre que corría
por sus venas y los interceptó:
¿Os habéis olvidado
de los deberes que les impone el honor militar?
¿Vais a permitir
que se entregue villanamente esta fortaleza, que es el resguardo
de la provincia de Nicaragua y vuestras familias?
Entonces Rafaela,
con arranque sublime sube sola al torreón, carga el cañón y
rompe fuego contra el campamento enemigo. Lo hizo con tan buena
suerte que, al tercer disparo, acertó a meter una bala en la
tienda del comandante inglés, dejándolo sin vida.
Enfurecidos por
la muerte de su jefe, los ingleses emprendieron con saña el
ataque del castillo, pero ya la guarnición, entusiasmada por
el heroísmo de la niña, le opuso enérgica y valerosa resistencia,
causándoles grandes pérdidas en hombres y embarcaciones.
La joven escudriña
la noche y sólo divisa a lo lejos la llanura ceñida por los
árboles. ¿Cómo sorprender al invasor? El Castillo está aislado,
como prisionero, es necesario que, sin abandonar ninguno su
puesta, se sorprenda al enemigo ¿Cómo lograrlo? Con un rasgo
de ingenio, rápidamente hace empapar sábanas de alcohol que,
colocadas en ramas secas, se deslizan inflamadas a lo largo
del río en dirección de enemigo, llenando de pánico, pues creen
que se trata del tradicional fuego griego.
El sitio se mantuvo,
con alternativas de calma y fuego intenso por algo más de cuatro
días. Pero el 3 de agosto el enemigo había abandonado sus posiciones
de río arriba, dejando varios muertos, heridos y embarcaciones.
La derrota de
los británicos causó inmenso regocijo en Nicaragua, especialmente
en Granada. Cuando la heroica niña llegó con su madre a esta
ciudad, fue recibida en triunfo y colmada de alabanzas y bendiciones
por haberla salvado.
Algunos años
después, entregó su valerosa mano a un caballero granadino llamado
Don Pablo de Mora, pero la providencia no le deparó la felicidad
que su heroísmo y virtudes merecían. Viuda y madre de cinco
hijos, de los cuales dos estaban paralíticos, vivió doña Rafaela
sumida en gran pobreza, hasta que en 1781 el Rey le concedió
una pensión vitalicia en reconocimiento a los servicios prestados
pro su padre y abuelo y sobre todo a la acción heroica realizada
por ella.
A continuación
extractos de la carta que el Rey hizo llegar a Rafaela Herrera.
"El Rey:
por cuanto he sido informado del distinguido valor y fidelidad
con que vos, doña Rafaela Herrera y Udiarte, viuda que al presente
sois defendisteis el Castillo de la Purísima Concepción de Nicaragua
en el Río San Juan, consiguiendo a pesar de las superiores fuerzas
del enemigo, hacerle levantar el sitio, y ponerse en vergonzosa
fuga, pues superando la debilidad de vuestro sexo, subisteis
al caballero de la fortaleza, y disparando la artillería por
vuestra mano matastéis con el tercer tiro al comandante inglés
en su misma tienda: realzando la acción a la corta edad de diecinueve
años que contabais, no tener castellano el Castillo, ni comandante
ni otra guarnición que la de mulatos y negros, que habían resuelto
entregarse cobardemente, con la fortaleza a que os opusisteis
con el mayor esfuerzo; en consideración, pues, a tan señalado
servicio, he decidido que goceis de pensión vitalicia.
Por tanto
mando al Presidente, gobernador y capitán general del referido
reino disponga se verifique esta gracia, que nos concedo desde
el 1o. de enero del corriente año. Dada en San Lorenzo a 11
de noviembre de mil setecientos ochenta y uno.
Yo, el Rey". |